El ocaso de la República, por Andrés Romaña

"Las fichas en el tablero político se han posicionado igual que en 1990, cuando el apoyo irracional a un improvisado profesor destruyó la institucionalidad. Hoy, ese mismo apoyo irracional a un improvisado profesor, puede ponerle fin a la República"

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Hace treinta y un años, el Perú se encontraba bajo el asedio del terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA, los ahorros esfumados por la inflación y la política estatista de Alan García y con el aeropuerto Jorge Chávez repleto de peruanos que abandonaban el país en busca de un futuro. En ese escenario, el reconocido escritor Mario Vargas Llosa, con un discurso liberal y sincero, en el que anunciaba medidas drásticas pero necesarias para sanear la economía arruinada, se proyectaba como el ganador de las elecciones de 1990 en primera vuelta, con una intención de voto que superaba el 50% en febrero. Parecía que al fin la población parecía haberse hartado de las políticas estatistas que implementó Alan García con el aplauso complaciente de la izquierda. Sin embargo, en marzo, un desconocido profesor montado en un tractor empezó a subir rápidamente en las encuestas a pocas semanas de los comicios. Aquel profesor se llamaba Alberto Fujimori, un ingeniero agrónomo que postulaba a la presidencia de la República y al Senado. Ante la rápida escalada, el gobierno aprista y la izquierda peruana decidieron apoyar con todo lo que estuviera a su alcance al desconocido profesor, quien no contaba ni con equipo técnico ni plan de gobierno, con tal de cerrarle el paso a quien consideraban su peor enemigo.

Treinta y un años después, aquel escenario se repite trágicamente. Un profesor desconocido, sin equipo técnico ni plan de gobierno, irrumpe en el escenario electoral a pocos días de la primera vuelta. Curiosamente, los mismos que apoyaron a al profesor Fujimori en 1990 son los que apoyan ahora al profesor Castillo. Su inesperado pase al balotaje se torna más sorpresivo cuando se conoce que su contrincante en segunda vuelta sería Keiko Fujimori, a quien se creía derrotada políticamente por el pésimo manejo de su bancada en el Congreso de 2016 y las acusaciones de lavados de activos que pesan sobre ella. Y al igual que en 1990, la izquierda, con tal de cerrarle el paso a su peor enemigo, decidió apoyar sin objeción alguna al desconocido profesor Pedro Castillo, sin importarle que no tuviese plan de gobierno ni equipo técnico. Con esta comparación no busco asemejar a Keiko Fujimori con Mario Vargas Llosa, ya que el abismo intelectual y ético que los separa es kilométrico, sin embargo, Pedro Castillo es el nuevo Alberto Fujimori. Las fichas en el tablero político se han posicionado igual que en 1990, cuando el apoyo irracional a un improvisado profesor destruyó la institucionalidad. Hoy, ese mismo apoyo irracional a un improvisado profesor, puede ponerle fin a la República.

Pedro Castillo se ha convertido en un milagro para la izquierda peruana. Un candidato abiertamente radical y autoritario, vinculado con el brazo político de Sendero Luminoso y con las propuestas económicas que más veces fracasaron en toda la historia está a punto de ganar las elecciones presidenciales sin necesidad alguna de moderase. La izquierda falsamente “moderada” ha visto su sueño hecho realidad: Castillo ganará las elecciones con un discurso radical y aplicará las propuestas e ideas que personas como Verónika Mendoza siempre tuvieron, pero que nunca se atrevieron a revelar para no asustar al electorado. Es decir, Castillo hará el trabajo sucio de la falsa izquierda moderada.

Muchos consideran que el apoyo de Mendoza a Castillo era inevitable, ya que la otra opción es Keiko Fujimori, el enemigo número uno que ha servido para mantener con oxígeno a una izquierda trasnochada que camufla sus nefastas propuestas económicas con discursos vacíos. Sin embargo, difícilmente para Mendoza haya sido un sacrificio apoyar a Castillo, ya que, en 2019, la lideresa de izquierda, ante su fracaso para conseguir la inscripción de su movimiento político, decidió aliarse sin ningún reparo con el exgobernador de Junín sentenciado por corrupción, Vladimir Cerrón. Pero la corrupción no era el único pasivo de Cerrón, sino también declaraciones xenófobas, misóginas y homofóbicas. Es decir, Mendoza, quien dice ser honesta, demócrata y defensora de las mujeres y la comunidad LGTBIQ, se alió apenas pudo con un corrupto, misógino, homofóbico y acérrimo defensor de Nicolás Maduro, con tal de poder participar en las elecciones generales de 2021. Sin embargo, la alianza Mendoza-Cerrón se vio frustrada no por motivos éticos, sino porque las renuncias de Indira Huilca y Marisa Glave a Nuevo Perú se hicieron lo suficientemente escandalosas como para amenazar su futura candidatura presidencial en 2021. Por ello, es difícil creer que, para Mendoza, su alianza con Pedro Castillo, quien postula por el partido de Cerrón, significó un sacrificio. Además, cuando el candidato tuvo declaraciones machistas y homofóbicas, la candidata Mendoza y su entorno, lejos de condenar las declaraciones, mantuvieron un vergonzoso silencio, dejando al descubierto que su prioridad no son los derechos de las minorías ni las libertades civiles, sino el tema económico a cualquier costo. Entonces, difícilmente esa izquierda “moderada” o “democrática” servirá de garantía alguna para las mujeres, la comunidad LGTBIQ o la democracia en un eventual gobierno de Perú Libre.

Por otro lado, diversos votantes de Castillo aseguran que serán vigilantes de su eventual gobierno y, en caso de cometer algún acto de corrupción o autoritarismo, lo “sacarán con marchas”. Aquello suena bien, pero no hay que olvidar que, durante todo el gobierno de Martín Vizcarra, varios de sus ministros abandonaron sus cargos tras escándalos de corrupción, no se construyeron colegios ni hospitales, no se aceptó la donación de oxígeno de empresas privadas… y, aun así, nunca se convocó una marcha para mostrar la indignación, ya que «el presidente de las crisis» (causante de varias) había cerrado un Congreso «obstruccionista» y se convirtió en el «mejor presidente de la historia». Entonces, difícilmente puedan marchar contra la corrupción si cuando la tuvieron al frente incluso la aplaudieron. Por ello, el legado de Vizcarra le permite a Castillo convertirse en un presidente popular pintando al Congreso entrante como obstruccionista y, gracias al peligroso fallo del Tribunal Constitucional, podrá interpretar que el Congreso le negó “fácticamente” la confianza y cerrar el Congreso para convocar a una asamblea constituyente, como ya lo anunció en reiteradas ocasiones él y su entorno. Por otro lado, que no tenga el “apoyo” de las Fuerzas Armadas tampoco garantiza nada, ya que, el peligroso precedente que deja el presidente Sagasti, permite pasar al retiro a 18 generales de la Policía sin ninguna objeción. Es decir, Castillo podrá pasar al retiro a cuantos generales vea por conveniente hasta encontrar a uno lo suficientemente leal como para actuar al margen de la Constitución.

La elección de mañana no se tratará de ideologías ni simpatías, sino de, con todos sus errores, mantener al Perú como una república o convertirla en una cárcel de miseria como lo es Cuba y Venezuela. Keiko Fujimori no es una buena opción, ya sea por sus garrafales errores políticos o sus presuntos delitos, pero definitivamente representa la única opción de mantener al Perú como una democracia. ¿Con qué candidato las calles estarán más alertas ante irregularidades? ¿con una candidata que es rechazada por la mayoría de peruanos o con un candidato que representa una peligrosa incógnita? Por otro lado, aproximadamente 3 millones de peruanos volvieron a la pobreza tras la pandemia, pero votar por Castillo no significa votar por la improvisación económica, sino por la certeza de una economía fallida. Su equipo técnico lo integran quienes aplaudieron las nefastas políticas estatistas del primer gobierno de Alan García y quienes impulsaron gastar casi 5 mil millones de dólares en una refinería que no sirve, mientras que 8 millones de peruanos no tienen agua potable en sus casas. Además, su propuesta para una asamblea constituyente no solo será un cheque en blanco para alargar el mandato presidencial, cambiarle de nombre al país y decidir sobre la vida de los ciudadanos, sino que paralizará por completo la economía del país, ya que nadie querrá invertir hasta que no se sepa cuáles serán las nuevas reglas del juego. Entonces, habrá más pobreza, más hambre y más incertidumbre, y aquello no será política, sino el día a día de 33 millones de peruanos.

Keiko Fujimori dejará el poder en cinco años. Serán cinco años bajo la mirada de un pueblo que la rechaza incluso antes de ganar. En el Congreso, todos los partidos tienen ambiciones electorales hacia 2026, así que difícilmente quieran sacrificar sus chances de ganar en cinco años por «jugar en pared» con el fujimorismo.

Mañana el Perú decide su vigencia como país libre. Cada uno de nosotros debe pensar y analizar severamente las propuestas de cada candidato. Es momento de dejar de escuchar a bloggers y periodistas que exigen votar de determinada forma. Muchos de ellos han logrado su fama gracias a su antifujimorismo y difícilmente cambiarán de discurso, ya que el antifujimorismo se ha convertido en una marca muy rentable para algunos periodistas y medios. Por ello, el único que puede tomar una decisión, sin intereses ajenos de por medio, es cada elector de forma individual. ¿Darle el voto a quien propone cambiar la Constitución y dejar un cheque en blanco que se presta para dictaduras y con un equipo técnico que avaló las desastrosas medidas que fracasaron en el Perú en los ochentas y que fracasan hoy en Argentina, Bolivia y Venezuela; o darle el voto a alguien que propone pequeñas reformas, mantener la estabilidad económica y un gabinete de consenso?

Votemos bien, porque tal vez sea la última vez que lo hagamos libremente.