Es 19 de marzo en Trinidad, Cuba. La temperatura es aproximadamente 30º C. Hace cuatro días estamos en Cuba y nos encontramos caminando por pequeñas calles en el centro de Trinidad, una ciudad que ha sido declarada patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Las calles empedradas son angostas y empinadas, muchas veces convertidas en calles peatonales donde personas han instalado pequeños puestos para el comercio de souvenirs. Todos los puestos están uno al lado del otro, a doble fila, dejando poco espacio para caminar. Los vendedores se protegen del sol calcinante bajo sus toldos y todos venden más o menos lo mismo. En una esquina, un grupo de artistas se ha instalado a tocar música tradicional cubana, mientras los turistas se detienen a su alrededor para observarlos. Todas las propiedades a los lados de la calle por la que caminamos tienen sus puertas abiertas; a pesar de verse como viviendas, dentro de cada una se ofrecen todo tipo de productos, desde ropa y arte cubano hasta alimentos y bebidas.
El calor me marea y ya es hora de almorzar. Un grupo de nosotros se separó hace un rato en busca de un banco para retirar efectivo, ya que acá no se aceptan tarjetas de débito o crédito. Hace mas o menos media hora que nos separamos. “Nos encontramos a la 1:00 pm en la plaza”. Sin embargo es la 1:15 y todavía no vemos a nuestros amigos. No hay teléfono, no hay SMS’s y mucho menos Whatsapp. No hay muchas cosas, y de hecho, no soy la primera en percatarme de ello. Luego de esperar un rato nos encontramos.
Nos subimos a un taxi camino a la playa y el taxista, que no tiene letrero de taxi, nos oye hablar en inglés entre nosotros. Me pregunta a mí en español de dónde somos. Cuando le cuento que a pesar de nuestras diversas nacionalidades todos vivimos en Estados Unidos, me pregunta interesado: “¿Qué? ¿Ya pueden venir a Cuba directo?” Me cuenta que todos en Cuba están a la expectativa de recibir más turistas porque les va a generar más negocio. Y es que no sólo son los taxistas, son los dueños y empleados de restaurantes, hoteles, músicos y artistas, los propietarios que alquilan los cuartos de sus casas a turistas, los vendedores de la calle. Todos se encuentran esperando poder mejorar su situación económica gracias al turismo. Esta semana conocí doctores y abogados que prefieren trabajar de meseros en un restaurante porque reciben más dinero de propinas que lo que reciben por su profesión.
Ante la crisis y el aislamiento, muchos cubanos han decidido generar negocio con los turistas de maneras tan creativas como ofreciendo tours en carros de los años sesenta (muy bien preservados), que inicialmente mantuvieron como medio de transporte ante el bloqueo, pero que hoy son un icónico atractivo de La Habana. Y aún en estas pequeñas formas de emprendimiento se asoman características de capitalismo, inherentes a la actividad económica. Conversando con uno de los choferes de estos carros, él me cuenta que su jefe, el dueño de varios automóviles, se queda con todo el dinero y a él le paga un sueldo fijo mensual, que no depende de la cantidad de viajes que haga.
Es ahora 24 de marzo en Boston, EE.UU., y estamos a -9º C. La experiencia en Cuba da mucho para pensar. Creo que sin importar qué tan restringida esté una economía, las personas naturalmente encontrarán un incentivo para progresar. La pregunta es, ¿una economía en la que el turismo es la principal fuente de trabajo es sostenible? Creo que no. Aunque los doctores y los abogados prefieran trabajar en restaurantes, estas profesiones son muy necesarias. El día que Cuba se abra al mundo, la transición deberá asegurar que las profesiones que sostienen a una sociedad y la hacen funcionar tengan incentivos económicos comparables para que sean atractivas.