¿Quién salvará al Perú?, por Hugo Olivero

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Lo sucedido con el expresidente Alejandro Toledo, más allá del remezón político, ha sido un golpe muy fuerte a la moral del país. ¿Podemos esperar que caigan más personajes en las siguientes semanas? ¿Nuestro actual mandatario, Pedro Pablo Kuczynski, titular de la Presidencia del Consejo de Ministros y ministro de Economía en el gobierno de Toledo, sabía algo sobre la supuesta coima de 20 millones de dólares que este recibió? ¿Es posible confiar en algún político? Son preguntas que surgen en las mentes de millones de peruanos, terriblemente decepcionados de quienes los gobiernan.

La corrupción no es un tema de banderas políticas, partidos, preferencias ideológicas, derechas o izquierdas. Tiene que ver con algo muy básico: los valores. Tanto si te dedicas a dirigir una empresa como a contar billetes en la caja de un banco, o si lo tuyo es limpiar una tienda o bien, personificar a una nación, si no tienes auténticos valores, si crees que es lícito robar en alguna circunstancia, no importa donde estés, ni cuántos cartones hayas juntado estudiando: eres solo un delincuente.

¿Nos hemos indignado lo suficiente ante este posible acto de corrupción? Los llamados «delitos de cuello blanco» son, en efecto, demasiado blancos. Es más fácil robar 20 millones de dólares con papelitos y cuentas off shore que robar una cartera en una motocicleta. Casi todos hemos sido víctimas, en algún momento, de un ladrón o asaltante. Con la corrupción es aún peor: cada uno de los 31 millones de peruanos son víctimas de ella. El dinero que empresas como Odebrecht se llevaron era de todos nosotros, era para nuestras carreteras, para nuestra salud, para nuestra educación, para nuestro futuro. Sin ánimo de justificar delito alguno, un ladrón roba teléfonos o billeteras, pero un político corrupto lo que hace es robarse nuestras vidas.

¿Quién salvará al Perú? La respuesta es: Nosotros mismos, no un mesías político, ni las instituciones de transparencia o el sistema democrático. La justicia va a seguir su curso. Toledo continuará siendo investigado y el Poder Judicial determinará si es culpable. El que tenga que caer, además de él, caerá. Mas las cosas seguirán siendo iguales si nosotros no cambiamos. Si no educamos a nuestros hijos en el respeto a los demás, en la honestidad, si no les inculcamos solidaridad y civismo. El hombre que nos gobernará dentro de 30 años ya debe estar acabando el colegio en estos momentos o quizás en la mitad de su carrera universitaria. ¿Habrá aprendido valores en casa, los habrá reforzado en la escuela, en su entorno comunitario? ¿Será alguien probo, íntegro, con vocación de servicio? Nos guste o no, a los presidentes los creamos nosotros y luego los elegimos en las urnas. Quien se pasa la luz roja y se cola en la fila, puso su grano de arena para engendrar a un corrupto. Toledo no es un extraterrestre, es, aunque nos duela, el reflejo de la sociedad que somos.

Sin embargo, no todas las cosas son negras en medio de este lamentable episodio. Odebrecht está devolviendo 30 millones de soles al Perú y la Justicia Peruana seguirá desentrañando parte de lo que ha sido la mayor red de corrupción en América Latina. Tengamos la seguridad de que los culpables van a pagar lo que hicieron, tarde o temprano. Y que nos toca, siempre, la tarea de construir una nación con sólidos valores que haga imposible que algo como esto se repita.