Reencuentro en Iquique

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Nunca imaginó el comandante Miguel Grau, aquella mañana del 7 de febrero de 1866 en Abtao –al sur de Chile- en que al mando de la corbeta Unión, enfrentaba a la flota española al lado de su amigo el teniente chileno Arturo Prat, miembro de la tripulación de la Covadonga, que trece años más tarde, ambos amigos se enfrentarían en la bahía de Iquique. Efectivamente, el capitán Grau al mando del monitor Huáscar y la fragata blindada Independencia, al mando del Capitán de Navío Juan Guillermo More, fueron despachados desde Arica al puerto de Iquique, con el objetivo de levantar el bloqueo de ese puerto sostenido por la corbeta chilena Esmeralda –al mando del comandante Arturo Prat-, la cañonera Covadonga y el transporte Lamar. La mañana del 21 de mayo de 1879, ambas naves ingresaron a la bahía de Iquique y se enfrentaron a los mencionados buques chilenos. El transporte Lamar izó bandera norteamericana –truco muy cobarde por cierto- y puso rumbo al sur, en lo que fue imitado por la cañonera Covadonga que fue perseguida por la Independencia.

Al ver con su catalejo a la Esmeralda, el corazón de Grau dio un vuelco pues sabía que el amigo de tantos años estaba allí presente. El destino de ambos estaba escrito: se enfrentarían irremediablemente. Así mismo, Prat al observar al Huáscar ingresar a la bahía, fue consciente que el destino haría que enfrentara a su amigo. No había alternativa, ambos tenían que cumplir con su deber y eran perfectamente conscientes de ello. Cuando los chilenos avistaron los buques peruanos, el comandante de la Covadonga ordenó advertir de su presencia al comandante de la Esmeralda, con un cañonazo. Prat, al escuchar la señal, dispuso levar el ancla, hacer comer a la tripulación y tocar zafarrancho de combate. Además ordenó que la Covadonga se pusiera al habla para conferenciar y que se arrojara al mar, en un saco, la correspondencia para la escuadra chilena. Grau y More, al avistar las naves chilenas, izaron bandera de combate. El Huáscar se encontraba más cerca al puerto por lo que Grau arengó a su tripulación con las siguientes palabras: «Tripulantes del Huáscar: Estamos a la vista de Iquique. Allí no solo están nuestros afligidos compatriotas de Tarapacá. Allí está el enemigo de la patria todavía impune. Ha llegado la hora de castigarlo. Espero que lo sabréis hacer cosechando nuevos laureles y nuevas glorias dignas de brillar al lado de Junín, Ayacucho, Abtao y el 2 de Mayo. ¡Viva el Perú!». Luego el Huáscar disparó su primer tiro. En tierra, la población del puerto despertó sobresaltada y se dirigió a la playa para recibir a las naves peruanas que venían a liberarlos del bloqueo de Iquique.

Durante 30 minutos, el Huáscar se enfrentó solo a las dos naves chilenas que concentraron sus tiros sobre el Huáscar sin mayores consecuencias. Los movimientos iniciales de la Esmeralda hicieron que estallaran dos de sus calderas, lo que redujo su andar de 6 km a 2 km, dejando al buque prácticamente inmóvil. En atención a esto, Prat ubicó su nave frente a la población, a una distancia de 200 metros de la playa. En esta situación, los cañonazos del Huáscar podrían afectar a la población, lo que los obligaría a disparar por elevación. Después de una hora de combate, las cuatro naves no presentaban daños importantes. A eso de las 11:30 horas, la Covadonga, se dirigió al sur navegando pegada a la costa. Grau ordenó al comandante de la Independencia que siguiera a la Covadonga. En ese instante, el combate se dividió en dos enfrentamientos, uno entre el Huáscar y la Esmeralda y el otro, que los historiadores chilenos denominarían combate naval de Punta Gruesa, entre la Independencia y la Covadonga.

Cuando el Huáscar se encontraba a unos 600 metros de la Esmeralda, se le acercó un bote, donde iban el capitán de puerto y de corbeta, Salomé Porras, junto al práctico Guillermo Checlay y el periodista Modesto Molina, quienes le informaron a Grau que la Esmeralda estaba protegida por una línea de torpedos fijos. Ante esta información, Grau decidió mantener una distancia de 500 metros de la corbeta, posición desde la cual abrió fuego. Cerca de las diez de la mañana, el general Juan Buendía, jefe de las tropas peruanas en Iquique, hizo llevar a la playa 4 cañones Blakely de montaña con los cuales empezó a disparar contra la Esmeralda. Una granada mató a tres hombres y otra hirió a otros tres. En total, realizó 60 tiros y varios de fusilería. Prat decidió cambiar su ubicación 1000 metros más al norte. Cuando iniciaba el movimiento, una granada del Huáscar penetró por su costado de babor saliendo por estribor provocando un incendio en la cámara de oficiales que fue prontamente controlado.

Al observar el movimiento de la Esmeralda, Grau se dio cuenta de que la información de la defensa con torpedos era errónea, por lo que decidió atacar empleando su espolón. Enfiló su proa hacia el costado de babor de la Esmeralda. Prat trató de esquivar el golpe dando avante y cerrando la caña a babor no logrando esquivar el golpe que recibió a la altura del palo mesana sin mayores daños. Al chocar ambos buques, el monitor Huáscar disparó sus cañones de diez pulgadas (300 libras) a corta distancia, produciendo la muerte de 40 o 50 marineros y soldados. El espolonazo del Huáscar, a su vez, fue recibido con una descarga de las baterías de la Esmeralda y fuego de fusilería, lo que no causó mayor daño en el monitor. Al ver la cubierta del buque enemigo a sus pies, y pretendiendo abordar al monitor, Prat gritó en medio del estruendo: «¡Al abordaje, muchachos!» Pocos lo escucharon, saltando a su cubierta seguido por el sargento Juan de Dios Aldea y el marinero Arsenio Canave, quien perdió impulso y cayó al agua. Una vez a bordo, Prat, armado con un sable y un revólver, avanzó hacia la torre de mando en donde se encontraba Grau. Sería la última vez que Grau vería a su amigo con vida. En el trayecto hacia ella, mató de tres tiros al oficial de señales, el joven teniente segundo Jorge Velarde. Sería el primer héroe naval peruano de la contienda. Al seguir avanzando a babor de la torre de Coles, fue alcanzado por las balas en una de sus rodillas. Un marinero salió a cubierta y lo mató de un tiro en la frente. A su vez, el sargento Aldea cayó herido por una descarga de fusilería sobre la cubierta. Grau hizo un esfuerzo por salvar la vida de Prat pero ya era tarde. Quiso dar tiempo para que sus enemigos se rindieran, por lo que retiró el Huáscar después del espolonazo. Al ver que la tregua no daba resultado, Grau decidió espolonear nuevamente a la Esmeralda, lanzándose a toda velocidad sobre ella, ahora por el costado de estribor. Habiendo tomando el mando de la Esmeralda el teniente Luis Uribe Orrego, trató de maniobrar igual que Prat y logró presentar su costado en forma oblicua al espolón del monitor Huáscar, pero esta vez se abrió una vía de agua, ingresando a raudales a la santabárbara y a las máquinas. Nuevamente los cañones del Huáscar disparados mataron a varios tripulantes. Se efectuó un segundo intento de abordaje por otros doce tripulantes chilenos, al mando del teniente primero Ignacio Serrano, llevando rifles y machetes, que también resultó infructuoso, cayendo sobre la cubierta del monitor. Tras 20 minutos, se efectuó el tercer impacto con espolón en el sector del palo mesana acompañado de dos cañonazos, haciendo que la corbeta se inclinara de proa y se hundiera hasta desaparecer.

En total, los chilenos tuvieron 143 muertos. El Huáscar perdió al teniente segundo Jorge Velarde y siete marineros resultaron heridos. Antes de avanzar para reunirse con la Independencia, Grau dispuso el salvataje de los 57 náufragos de la Esmeralda. Los corresponsales de guerra peruanos a bordo del Huáscar, Modesto Molina de «El Comercio de Iquique» y Julio Reyes de «El Comercio de Lima», relatan en sus despachos que los sobrevivientes chilenos «…dieron un ¡Viva el Perú generoso! y encomiaron el valor y generosidad de los peruanos para con los rendidos». Este hecho hizo ganar a Grau el apodo de «El Caballero de los Mares».

De otro lado, mientras el Huáscar combatía con la Esmeralda, la Independencia se perseguía a la Covadonga, que pegada a la playa en la bahía de Chiquinata iba rumbo al sur del puerto de Iquique, hasta que llegaron a la última caleta donde la Independencia encalló en los arrecifes de Punta Gruesa. El comandante Condell tan pronto se percató de esto, volvió sobre sus aguas y ordenó disparar contra los náufragos peruanos. En ese momento Grau, tras rescatar a los sobrevivientes de la Esmeralda, avistó a la Covadonga disparando a la Independencia a las 14:20, a 9 millas de distancia, ordenando ir en su ayuda. Cuando la Covadonga vio que el Huáscar se acercaba, huyó del lugar y el monitor, que llegó a las 15:10, procedió a recoger a los sobrevivientes. La encontró varada y con solo 20 tripulantes a bordo, entre ellos More, ya que el resto había desembarcado en botes o estaban muertos por la metralla disparada cobardemente por la Covadonga. Ante esta situación, el Huáscar continuó la persecución de la Covadonga durante tres horas, hasta que Grau, convencido de que la distancia que lo separaba de ella no podía acortarse antes de la puesta del sol, decidió regresar en auxilio de la Independencia. Los sobrevivientes de la Esmeralda fueron entregados a las autoridades militares del puerto de Iquique. Los oficiales sobrevivientes fueron conducidos a la ciudad de Tarma.

Luego del combate, Grau, en un gran gesto de nobleza, ordenó que los objetos personales de Prat —su diario personal, su uniforme y su espada, entre otros— fueran devueltos a su viuda, Carmela Carvajal. Junto con ellos, le escribió una carta desde Pisagua el 2 de junio, en la cual le recalcaba la calidad personal e hidalguía de Prat: “Un sagrado deber me autoriza a dirigirme a Ud. y siento profundamente que esta carta… contribuya a aumentar el dolor que hoy justamente debe dominarla…su digno y valeroso esposo, fue como usted no lo ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera de su patria.” En respuesta, Carmela Carvajal le escribió una carta agradeciendo este gesto. Fue el mejor homenaje al amigo chileno caído en la cubierta del monitor, ante el amigo peruano que lo observaba desde el puente de mando… fue un triste reencuentro.