Reflejos políticos autoritarios (parte II), por Óscar Balladares

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En el marco de un reflejo político autoritario, el bando victorioso impone al bando perdedor su modelo político y económico. Una rebelión e incluso un golpe de Estado pueden estar plenamente justificados, pero una dictadura, en el sentido moderno de la palabra, jamás. Lo primero puede ser justificable, lo segundo no es más que explicable. La dictadura, tanto en su concepto moderno como contemporáneo, es el resultado de una situación precedente, un reflejo político autoritario ante una previa situación de descomposición social e institucional. Por lo general es así, pues el concepto de dictadura surgió como una institución del Imperio Romano. Allí, ante una situación de guerra o de rebelión, se nombraba a un magistrado como dictador por un periodo máximo de seis meses. Tal vez esa noción romana de dictadura fue la que tuvo Piérola al autoproclamarse Dictador durante la Guerra del Pacífico. Así pues, en el pasado se utilizaba más el término tiranía, en alusión a lo que hoy llamamos dictadura. La cuestión es que los términos evolucionan, y en la actualidad dictadura y tiranía son dos sinónimos de régimen carente de legitimidad, que transgrede la institucionalidad y vulnera los derechos y las libertades de sus ciudadanos. Una dictadura, asimismo, si dura lo suficiente, puede también lograr convertirse en la institucionalidad misma, y sus simpatizantes en el sector conservador de la población. Casi todas las dictaduras aspiran a eso. Tal es el caso chino, norcoreano y cubano. Así fue en la Unión Soviética y en el franquismo, tiranías muy largas, al igual que las panarabistas derrocadas durante la llamada Primavera Árabe.

A mi parecer, sin desviarnos del tema, en Chile también se produjo un caso de reflejo político autoritario en la década del setenta. Recomiendo la lectura de Una Casa Dividida, de José Piñera. En ese ensayo se aprecia el proceso de quiebre de la democracia en el Chile presidido por Salvador Allende. Allí, las medidas de la Unidad Popular, coalición de izquierdas que llevó al poder al presidente socialista, trajeron como resultado el reflejo político autoritario de la dictadura de Pinochet (1973-1990). Al igual que en la España de la Segunda República, que iba encaminada a convertirse en un satélite de la URSS de Stalin, el Chile de Allende iba por una senda de progresiva cubanización, como es el caso de la Venezuela de hoy. Incluso Fidel estuvo paseándose por Chile durante más de tres semanas, es como si en el gobierno de Humala hubiéramos tenido aquí a Chávez paseándose y dando discursos por casi un mes. El poder ejecutivo, encabezado por el marxista Salvador Allende, empezó, en consecuencia con su ideología incompatible con la democracia representativa, a pasar por encima de los otros poderes y a reprimir a la prensa. Es en ese marco de crisis política, que la Cámara de Diputados suscribió un documento en el que acusaban al gobierno de Allende de más de veinte violaciones a la Constitución y a las leyes, y solicitaban a las fuerzas del orden que hicieran respetar la institucionalidad. Así, el Artículo Segundo del referido Acuerdo de la Cámara de Diputados se dirigía a los ministros miembros de las Fuerzas Armadas, señalándoles que:

“…les corresponde poner inmediato término a todas las situaciones de hecho referidas, que infringen la Constitución y las leyes, con el fin de encauzar la acción gubernativa por las vías del Derecho y asegurar el orden constitucional de nuestra patria y las bases esenciales de convivencia democrática entre los chilenos.”

En tal orden de cosas, y en palabras de Piñera, las Fuerzas Armadas “obedecieron un mandato moral y político de la Cámara de Diputados, un brazo del mismo Congreso que en 1970 había elegido Presidente a Salvador Allende.” La cuestión es que el 11 de septiembre de 1973, esto es, el golpe de Estado contra Allende, estuvo justificado. La dictadura criminal que sobrevino, es decir, el reflejo político autoritario, no, puesto que fenómenos como el régimen militar chileno no pasan de ser hechos simplemente explicables –mas no justificables– por una situación precedente. Así pues, en un contexto de polarización social y de crisis política como el señalado es impensable que los perpetradores de un golpe convoquen elecciones inmediatamente, lo común es que se aseguren de establecer y consolidar su propio modelo político-económico, absolutamente contrario al del régimen depuesto. Y así sucedió en Chile.

En el caso peruano, el dictatorial Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1968-1975/ 1975-1980) se aseguró durante doce años de establecer un determinado modelo político-económico, el cual fue de alguna manera consolidado por la Constitución del 79. Tal modelo fracasó. La década del ochenta estuvo marcada por el terrorismo, la aguda crisis económica y el desprestigio de los partidos políticos tradicionales. Resultado de aquello: el reflejo político autoritario de la dictadura de Fujimori y Montesinos. ¿El golpe de Estado de 1992 fue justificado? A mi parecer, no. Y mucho menos la dictadura, que constituye otro ejemplo de reflejo político autoritario, en el que el bando golpista se aseguró de establecer un nuevo modelo económico, el cual, al igual que en el caso chileno, a la fecha no ha fracasado. El autogolpe del 05 de abril del 92 definitivamente es un aspecto que jamás dejará de ser controvertido en nuestra historia republicana, y corresponderá que sea analizado con mayor objetividad por generaciones posteriores.

Como podemos apreciar, en los ejemplos señalados los reflejos políticos autoritarios se producen cuando previamente se han quebrantado la institucionalidad y el Estado de Derecho, y cuando el país está enrumbado hacia la ruina, al menos para amplios sectores de la población, los cuales apoyan en forma masiva estos golpes “cívico-militares” y regímenes de excepción. Actualmente, en Venezuela la institucionalidad se encuentra destruida desde hace mucho tiempo. Se vive una situación similar a la de la España de la Segunda República, con dos diferencias: Los mandos militares, al menos aparentemente, no se encuentran divididos; y la oposición, hasta el momento, carece de armamento. De no ser por esas dos causas, hace tiempo podría haberse desatado allí una guerra civil.

Al igual que el Frente Popular español, en el poder años después de su Revolución de Asturias, en Venezuela, desde 1999, se encuentra enquistado en el poder un grupo político que perpetró dos golpes de Estado contra un gobierno democrático, en febrero y noviembre del 92 intentaron derrocar a Carlos Andrés Pérez. Al igual que la totalitaria Unión Soviética como modelo y referente del Frente Popular, la dictadura chavista tiene como modelo y referente a la Cuba castrista. Por lo anterior, considero que el golpe de Estado contra Chávez en abril del 2002 fue un legítimo intento de impedir que el país llegue a la situación que vemos hoy en día. Al igual que el gobierno del Frente Popular, el chavismo a armado a miles de sus simpatizantes, ahí vemos a las Milicias Bolivarianas y a los colectivos chavistas amedrentando a la oposición y asesinando a decenas de manifestantes. Vemos pues, desde hace años, un quiebre en la institucionalidad y una grave crisis social, política y económica en Venezuela. Asimismo, se aprecia un lamentable clima de polarización social fomentado desde el propio régimen, y el actual intento de imponer una constitución antidemocrática, que consolide aún más a la dictadura chavista y termine de destruir lo que queda del aparente sistema de democracia representativa venezolana.

Ante lo anterior, considero que los dos caminos más probables para Venezuela son bastante oscuros. O el régimen logra terminar de consolidarse como dictadura y se mantiene por décadas de manera indefinida, siguiendo el ejemplo cubano. O se desata una traumática guerra civil, de la cual, en caso de quedar el chavismo como perdedor, muy probablemente surja un Franco, un Pinochet o un Videla. Tal dictador será un engendro del chavismo, su hijo bastardo, en suma, un nuevo reflejo político autoritario ante las viejas pretensiones revolucionarias de la izquierda hispanoamericana. También podría haber una tercera opción, la más deseable. Quizás, simple y sanamente, Maduro da un paso al costado, desarma a los colectivos, libera a los más de 300 presos políticos, se pone a derecho y convoca una transición pacífica con elecciones libres que gana, no sé, Leopoldo López, quien termina gobernando bien y estabilizando al país, y todos felices para siempre. Sería bonito un resultado así… lamentablemente, a la vista de los ejemplos señalados, vemos que muchas veces la historia no se desarrolla de tal manera.