Reflexiones que me deja #NiUnaMenos, por Franco Mori Petrovich

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Debo confesar que fui a #NiUnaMenos con un susto absurdo. Me dijeron cuchucientas mil cosas terribles sobre ella: Que la marcha sería dirigida por ‘feminazis’ calatas con tatuajes de la hoz y el martillo, deambulando de aquí para allá y en todas las esquinas del recorrido; que ésta sería la movilización de las lesbianas de cabello corto varonil exigiendo la expulsión de Cipriani de todo ámbito social (y si fuera posible, hasta del Perú); que no faltarían los adeptos del Ché Guevara, proterrucos, comunistas prosenderistas y proemerretistas que buscan inculcar una cultura del intolerancia hacia todo aquél que no piense como ellos; que el verdadero mensaje de este multitudinario encuentro no sería el rechazo a la violencia contra la mujer, si no la legalización del aborto, el matrimonio igualitario y la adopción gay; y, en fin, tantos tipos de argumentos falsos con tal de desvirtuar esta iniciativa a como dé lugar.

No hubo cosa semejante a esa, si no a una sociedad civil organizada, con mensajes claros, una serie de performances y expresiones artísticas que hicieron bailar a más de uno; miles de miles de pancartas (algunas, muy creativas), con poderosos mensajes de defensa a la mujer. Abundaron las batucadas, abundaron los globos, sobraron los panfletos y los silbatos. No sé. Fue un escándalo total: El centro de Lima invadido en absoluto por gente que nunca dejó de gritar “Ni Una Menos”. Y lo más genial fue que notablemente la mayoría de participantes eran mujeres.

Por primera vez, vi a un mar de gente femenino muy empoderado y que tomó las calles con firmeza para exigir un cambio real en la sociedad, comenzando por la reforma en la Justicia Peruana. Ya no debe ser posible que un maldito abusador se mantenga impune así como si nada (Adriano Pozo, por ejemplo). Ya no debe ser posible que una mujer camine por las calles y un extraño le lance un piropo desagradable o se le quede mirando el trasero. O que sigan existiendo opiniones como “la mujer es inferior al hombre”; “la mujer debe servir al hombre” o “la mujer es el sexo débil”.

Sin embargo, al fin y al cabo, la marcha es un gesto. Un saludo a la bandera si no se llegan a tomar cartas en el asunto. El principal trabajo se tiene que dar en la Educación. La realidad que vivimos no va a cambiar con una marcha, ni en los próximos cinco años. Solo es el primer paso. Se requiere de un trabajo de largo plazo porque machistas, acosadores, violadores y enfermos sexuales, van a seguir existiendo si es que no hay un quiebre generacional por medio de la Educación. Y lo digo porque -vamos con el ejemplo- una vez finalizada la marcha, estando ya en un paradero para tomar taxi, tres sujetos pasaron cerca de mí y noté cómo plantaron su mirada, en simultáneo, sobre el trasero de una joven y hasta quisieron llamar su atención con ‘cachita’. Dijeron “Ni una menos, nosotros también somos ni una menos”, o algo así, pero la joven no volteó.

Este gesto de invadir las calles y secuestrar a los medios de comunicación durante casi todo el día, servirá para comenzar a trabajar arduamente en medidas concretas para obtener logros a largo plazo. Ojo, no estoy siendo pesimista, más sí realista. Los resultados de corto o mediano plazo que se pueden lograr se darían en el sector Justicia, que hoy por hoy está tan podrido. La prevención y la seguridad surgirá cuando el país tenga realmente una mejor Educación, en la que desde niños quede claro que la mujer no es un objeto y que todos somos iguales. Así, veremos en los años venideros una notable reducción de feminicidios y violencia contra la mujer.

Respecto a mis prejuicios del inicio, me los trago. Casi podría haber hecho el absurdo presentándome con mi grupo de activistas provida con carteles en contra del aborto y de la violencia. Pero no. Fue necesario y hasta motivador habernos encontrado con más gente que en la misma línea alzaba pancartas en contra de todo tipo de violencia, incluyendo el aborto. Fue reconfortante escuchar por instantes a varios manifestantes de otros colectivos que adherían su voz a la nuestras arengas provida. Pero quizás no habría sido necesario, porque todos estos prejuicios que comentaba no sucedieron o, en todo caso, fueron opacados por las miles de personas que marcharon por lo esencial: Rechazar la violencia contra la mujer. Y me alegra que haya sido así.

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