Relativismo moral: ¿Justificable o no?, por Nícolas Espinoza
«Optando por una visión más humanista -cientificista-, se podrá decir que el mundo se estará encaminando a un mejor porvenir.»
«No saben lo que hace, pero nosotros sabemos
que es por su bien y eso justifica el engaño»
Mario Vargas Llosa-El sueño del Celta
Habiendo ya empezado la cita mundialista en Qatar -un mundial que será recordado más por las polémicas que por los partidos- podemos estar de acuerdo con algo: es un despropósito. Si bien ya se habló largamente sobre las condiciones en las que se trabajaba -el controversial sistema kafala– y de las restricciones a los que están sometidos los turistas, creo más provechoso usar este panorama para plantear algunas preguntas de fondo: ¿se puede cuestionar la cultura y sociedad árabe por no ser como la occidental? ¿Se debería respetar la cultura o, a la hora de hablar sobre Derechos Humanos, aquellas tradiciones e idiosincrasia quedan relegadas a un segundo plano? ¿Cuál sería un mejor modelo ético?
Antes de ir al meollo que nos compete, quisiera hacer una aclaración: por cuestiones prácticas usaré el término “cultura oriental” -o similares- para enfocarnos en la sociedad islámica. Soy consciente de que los árabes no abarcan la totalidad de dicho término, pero el tema que quisiera abordar en esta columna se centra en ellos.
Hace unos días se hizo pública la declaración del arquero francés Hugo Lloris en la cual manifiesta su oposición a llevar la banda de capitán con los colores alusivos a la comunidad LGTBI Q+. En su defensa presentó el siguiente argumento: no llevar el brazalete inclusivo por respeto a la comunidad árabe. Además, agregó que “cuando acogemos a extranjeros en Francia, a menudo queremos que cumplan nuestras reglas y respeten nuestra cultura. Haré lo mismo cuando vaya a Qatar”. Con esta sentencia se puede deducir que, para el portero, existe un relativismo cultural en el cual, si un extranjero cuestiona las tradiciones y cultura que le son ajenas, queda invalidada cualquier crítica. Es ahí donde, a consideración personal, reside el gran error: establecer que no existe una cultura superior a la otra.
Para un sector de los lectores le puede parecer una sentencia radical, o que estoy sesgado por mi perspectiva occidental, por ello me tomaré un tiempo para definir cómo valoro moralmente los hechos. Desde mi postura, analizar las normas morales que rigen una sociedad es una cuestión de observar qué reglas -en forma de tradición o valoraciones sociales- fomentan una cultura del respeto hacia el otro, el libre debate de ideas sin que éstas se impongan y la defensa de los Derechos Humanos, más concretamente la defensa de su dignidad. Teniendo en cuenta esto, ¿se puede hacer una crítica desde una perspectiva occidental? Considero que sí, pues si bien no todo occidente calza con tal descripción, diversas instancias internacionales, creadas bajo una perspectiva occidental, hacen la labor de velar por una convivencia armónica con aquellos pilares.
Centrándome en el último punto: si bien a mi perspectiva occidente resulta moralmente superior a oriente, esto no quiere decir que sea la ideal. Esta parte del mundo, incluso con los aportes de la modernidad, todavía tiene aquellos rezagos teológicos, que de alguna manera repercuten en la concepción del mundo y el ordenamiento de las sociedades. Esto, más que perjudicial, lo veo innecesario.
Quizás algún lector mencione: “Oriente y occidente tienen esa perspectiva, ¿por qué criticar a uno y no al otro?” Por las leyes que se aplican. Mientras occidente tiene esa mirada a nivel cultural, esto no se inmiscuye de una manera tan agudizada como en oriente, donde ser homosexual puede costarle la vida a una persona. En este aspecto hay cosas por mejorar, pues aún a día de hoy quedan personas que consideran a la homosexualidad como algo “anti-natural”, pero las leyes protegen a este sector de la sociedad; además, recordemos que en el mes de junio los simpatizantes de la causa LGTB Q+ pueden salir a las calles libremente para expresar su apoyo a las personas con distintas orientaciones sexuales, siendo que tal panorama sería imposible de ver en países del medio oriente.
Mi postura está definida, si bien la cita inicial del libro de Vargas Llosa fue dicha en un contexto de colonización africana -el reparto del continente por parte de las potencias europeas- no quisiera centrarme en el hecho de mentir, sino en la labor de un occidental con respecto a la defensa de los derechos humanos. No planteo una misión donde se use la fuerza bruta, pues esto no solo sería paradójico, sino perjudicial. Aquellos ideales que se impusieron por la fuerza no obtuvieron unos resultados tan favorables, ya que fue el catalizador para una oposición radical. Reconozco que esta parte del mundo no está exento de tales errores, pero en los casos más favorables se dio un sincretismo cultural -las imposiciones eclesiásticas de la corona española se fusionaron con las tradiciones aborígenes en el Perú o México-; donde se cometieron excesos, como en el colonialismo inglés, se puede argumentar que no existió tal reacción gracias a que aniquilaron gran parte de la población. Viendo tales resultados, a día de hoy suena descabellado plantear una acción bélica.
Propongo una labor social donde, a través de ayudas que se les pueda mandar a los pueblos menos desarrollados, se puedan difundir las ideas de equidad, igualdad, dignidad y tolerancia. En caso se decida ir por tal camino, dejando de lado el fundamentalismo religioso y optando por una visión más humanista -cientificista-, se podrá decir que el mundo se está encaminando a un mejor porvenir.
Por último, si bien existen teorías que consideran a Latinoamérica como una cultura distinta a la occidental, rechazo parcialmente esa tesis porque, al haber sido colonia europea, hemos adquirido parte de sus costumbres y normas, combinándolos con los ya creados por sociedad prehispánicas. Si bien es cierto que no somos una copia de la Europa cristiana, al haber estado bajo su tutela durante siglos, podemos considerarnos parte de occidente.