Segundo Primer día de colegio: El Carmelitas

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Hace un par de semanas, y en esta misma tribuna, les comenté que en estas épocas de inicios de clases escolares, es inevitable que recuerde mis primeros días de clases cuando ingresé al colegio, fechas traumáticas para mí, y lo digo así en plural porque lamentablemente tuve la mala suerte de tener nada menos que ¡Dos primeros día de colegio! Ya les narré mi estrambótica experiencia de mi kindergarten en el Colegio de La Inmaculada y cómo luego de hacer un año allí, mis padres graciosamente decidieron buenamente y sin consulta alguna –mando militare- pasarme al Colegio Nuestra Señora del Carmen, más conocido como Carmelitas de San Antonio, en Miraflores.

Ese fue mi segundo primer día de colegio. Aún vivía en Chorrillos, al pie del mar, por lo que al no haber –gracias a Dios- las famosas “góndolas” (buses) que tenía el Inmaculada para llevarte al colegio, a mi madre no se le ocurrió mejor idea que contratar una movilidad particular. Y efectivamente era muy “particular”. Para ello contrató al señor Benvenutto. Hombre alto y delgado – al menos yo desde “abajo” lo veía así- de unos setenta años de edad, el cual tenía unos bigotitos negros estilo Pedro Armendáriz, pero era igualito a Tres Patines; solo le faltaba el sombrerito. Lo más característico de este señor, era su “vehículo”. Se trataba de una camioneta Volkswagen tipo “combie”, de las clásicas, de color marrón y veige, con una puerta de doble hoja de la cual solo se abría una, digo que se “abría” porque había que golpearla a patadas para que se abriera. Por dentro la susodicha camioneta carecía de forros de tela en las paredes, por lo que ingresar a la camioneta y sentarnos en sus duros asientos de metal sin forro, era lo más parecido a sentarse en una viejo tanque Sherman americano de la II Guerra Mundial luego de haber sido destruido por un Panzer alemán.

Pero lo mejor de todo era su “claxon”. No tenía claxon o bocina, por lo que el ingenioso señor, cada vez que llegaba a recogerme, apretaba a todo dar el acelerador (¡rum, rum, rum!) -ya imagínense ustedes la bullanga y la contaminación respectiva- por lo que ese segundo primer día de colegio, tan pronto oí el “claxon de monóxido”, salía corriendo de la casa abordando la carcocha de marras -previas patadas a la puertezuela- y ¡Agárrate Catalina¡ pues si te golpeabas con las paredes sin forros, ergo, fierros de metal pelado, llegabas al colegio lleno de chinchones por doquier, sin descartar la posibilidad de un hermoso tétano. Cabe añadir que el Sr. Benvenutto era de poca conversación y de mucho fumar. Los cigarrillos aparecían y desaparecían uno tras otro, con lo cual el dulce y clásico aroma de la camioneta era el de purito concentrado de puchos de cigarro. -en esos días el Derecho del medio ambiente era algo esotérico y desconocido-. Estoy seguro que varios de los niños que allí viajábamos se volvieron adictos al cigarrillo desde esa temprana edad, sin contar las altas dosis de inhaladores (todo un “six pack” compró mi madre, por si acaso) y pastillas de “PreNissona” contra el asma que sus madres les suministraban, gracia al “clima interior” del vehículo.

Luego de un breve viaje de Chorrillos a Miraflores, y luego de “fumarme” el humo de unos cinco cigarrillos del Sr. Benvenutto, me dejó solito mi alma en la vereda del colegio, cerca al portón marrón principal del colegio Carmelitas de primaria, frente al Parque Reducto No.2. Mi uniforme consistía –ésta vez- en un pantalón corto marrón, saquito marrón, zapatos y media marrones, corbatita marrón, gorrito marrón y mi maletita marrón. ¡Casi me sentía todo un mojón de lo marrón que estaba! Mi madre previamente en casa, me había “instruido” bien. Me comentó que todo el mundo en el colegio hablaba inglés y que ni se me ocurriera hablar en castellano. Nunca había visto este colegio, nunca nadie me llevó para conocerlo ni de lejos. Imagínense a un niño de 6 años de edad, sólo ante un edificio del cual no tenía idea por donde se ingresaba ni a donde si dirigiría, etc. al borde de la desesperación y sin un Sanax a la mano. Haciendo acopio de valor y personalidad, me acerqué a una señora y le pregunté en castellano – pues no tenía cara de gringa ni de a balas, sino más de caserita tamalera-: “Disculpe señora, ¿Me podría decir dónde queda la clase de Transición D?” Me miró de arriba abajo como diciendo: “¿De dónde salió este enano?”, me cogió de la mano, literalmente me arrastró dentro de un gran patio y me puso en una fila con otros niños. ¡Salvado por fin! ¿Qué será eso de “Transición D”, pues en esas épocas, luego del kindergarten, uno hacía el Transición y luego comenzabas la primaria. ¿Estaré en transición hacia algo? Sin embargo, allí comenzó el drama. A mi costado apareció una monja inmensa y voluminosa -misma Miss Toro de la película “Matilda”- toda cubierta de azul ella, con una especie de gorrito blanco envolviéndole la cabeza que dejaba traslucir sus enormes cachetes, la cual mirándome fijamente a los ojos con la misma mirada dulce de un oficial de la Gestapo nazi, me preguntó inquisitivamente: “Who are you? You are in the Second Grade line!”. ¡Horror, la fila de segundo de primaria! Me cogió del brazo y me arrastró a la fila de los de Transición. Luego me enteraría que esa monja –le llamaban sister- era la famosa sister Evangelina. ¡El terror encarnado! Trauma de muchos niños hasta el día de hoy. En otra ocasión me referiré a esta dulce y tierna sister.

Me metieron a un salón de clases muy bonito, lleno de letreritos, figuritas, el abecedario completo pegado a lo largo de la pared y ¡Las pizarras verdes! Pues en el Inmaculada y en mi nido, eran de color negro. Otra gran sorpresa: ¡Habían niñas en mi salón! En el Inmaculada, el colegio era solo de hombres. Yo venía de una familia de tres hermanos hombres. Casi no tenía ningún trato con niñas. ¡Vaya novedad! Nos recibió la sister Mary Helen, muy dulce y santa ella. Gringa total. Iba a ser mi sister. Todo lo hablaba en inglés, nada de castellano. Algo le entendía pero más nada que algo. Hasta que me vino ganas de ir al baño. Dentro de las “instrucciones” de mi madre, me hizo memorizar: “Please sister, may I go to the bathroom?”, por lo que luego de levantar la mano se lo dije a la sister y me dejó ir. Pero… ¿Dónde estaba el baño de marras? Nadie me acompañó ni me indicó nada. Luego de explorar por todo el edificio y esconderme de dos sisters, en especial de la gorda inmensa y aterradora que casi me ve, encontré el baño en una esquina. ¡Oh maravilla! Regresar al salón costó un poco pero lo encontré. En eso un espantoso timbre retumbó por todo el colegio. Era la campana a recreo.

Cuando salí al patio –había un patio sólo para los de kindergaten y transición, obviamente no conocía a nadie. Me sentía sólo y aburrido hasta que apareció un grupo de chicos, todos abrazados por el hombro que avanzaban hacia mi repetíendo en coro: “Quien quiere jugar a la basura?” Se acercaron a mí y me uní a ellos abrazado al hombro del primero de la fila. El chiste era que cuando veíamos un grupo de niñas, las rodeábamos o empujábamos en “patota” y ellas salían corriendo gritando. Así conocí a mis primeros amigos: Morzán, Velásquez, Almenara, Fetzer, etc. pues nos llamábamos por los apellidos. Luego de quince minutos de recreo, sonó la campana. Las monjas o sisters nos indicaron que teníamos que quedarnos quietos, estáticos como estatuas como y donde estuviéramos. Así de simple. Luego de unos minutos así, marchábamos al salón. Por aquellos años estudiábamos en las mañanas y luego en las tardes, volvías al colegio. Poco tiempo después ese sistema terminó. De esta manera, pasado el mediodía, sonaba la campana de salida y todos nos alineábamos según como nos recogieran. Al escuchar el rum-rum-rum de la camioneta del señor Benvenutto salía corriendo a introducirme en ese armatoste lleno de olor a tabaco. Así regresé a mi casa, todo marrón con mi maletita, luego de ese segundo primer día de colegio que comenzó de terror pero que termine haciendo mis primeros amigos. Quien diría que así pasarían los mejores doce años de mi vida, conociendo a los mejores amigos y amigas que uno pudiera imaginar, así como a profesores y profesoras maravillosas, sisters amorosas y también de terror, pero… eso se los cuento en otra ocasión…