La actual pandemia que vive la humanidad a raíz del brote del coronavirus (covid-19) en Wuhan (China) ha desafiado la capacidad de gobiernos, pueblos, y principalmente de las personas, para afrontarla con sensatez y responsabilidad.
En algún momento tenía que presentarse en el Perú. Por ello, el gobierno, desde el 6 de marzo en que el presidente anunció el primer caso, ha venido dictando una serie de medidas para frenar la propagación del virus, entre ellas la declaratoria del estado de emergencia sanitaria por noventa días.
Sin embargo, fue el domingo 15 que se declaró el Estado de Emergencia Nacional por quince días mediante un decreto supremo, restringiéndose los derechos constitucionales relacionados con la libertad de tránsito y la inviolabilidad del domicilio, con el consecuente cierre de fronteras y la prohibición de transporte interprovincial y al extranjero.
Pero a los pocos días se decretó el aislamiento social y la inmovilización (comúnmente conocido como “toque de queda”) entre las ocho de la noche y las cinco de la mañana, debido a la falta de acatamiento de la primera medida por parte de una gran mayoría de ciudadanos que se la tomaron a la ligera.
Adicionalmente se han implementado otras medidas, como: (i) la obtención de un pase especial de tránsito, (ii) la prohibición del uso y circulación de vehículos particulares, (iii) el apoyo económico temporal de S/ 380.00 por parte del Estado a hogares focalizados y, (iv) el control de las clínicas privadas por parte del Ministerio de Salud.
Debemos entender que todas estas medidas se enfocan a mitigar la propagación del virus mediante el aislamiento social de las personas, pues el coronavirus avanza con la interacción entre individuos. La pregunta es: ¿hasta qué punto las personas podrán soportarlo?, pues la naturaleza humana es sociable y la interacción es inevitable, dado que dependamos mutuamente al cooperar los unos con los otros.
Y esa cooperación genera espontáneamente espacios como los mercados, en los que se ofertan bienes y servicios en la medida que exista una demanda de necesidades que satisfacer. Es gracias a los mercados que las sociedades han podido sostenerse. Por ello, medidas como el control de precios –por experiencia nacional- terminan agravando las crisis con los consecuentes desabastecimientos.
El actual estado de emergencia nos ha demostrado con mayor firmeza que nadie es autosuficiente pues dependemos los unos de los otros, y que también podemos ser muy frágiles. Uno de los instintos humanos –presente en las demás especies- es el de preservación. Por lo que el individuo hace lo que sea por mantenerse en vida, aunque tenga escrúpulos y moralidad.
Sin embargo, el comportamiento de muchos peruanos durante estos días, de tomarse ligeramente y hasta en broma la actual crisis sanitaria, nos hace dudar de dicho instinto, pues no menos cierto es que el ser humano también tiende hacia la autodestrucción al saberse perdido o desorientado. Por ello, la información veraz es vital para que las personas se sientan seguras.
Más allá de las especulaciones que localizan el origen de la epidemia en una suerte de guerra mundial de potencias políticas y económicas, de un bando y del otro han pretendido politizarla, atribuyéndoles responsabilidad de la tragedia tanto al liberalismo y al capitalismo como al socialismo y al totalitarismo.
Es un error trasladarle al Estado toda la responsabilidad de luchar contra la pandemia. Ello sólo lo alimentará en desmedro de nuestras libertades, las cuales están en juego, pues ya viene afirmándose que los modelos de democracia con libre mercado han fracasado ante un supuesto éxito en frenar la crisis ganado por el modelo chino de Estado autoritario.
No negamos que el Estado tiene un importante papel en esta emergencia, que se circunscribe a brindar seguridad bajo el imperio de la ley. Sin embargo, los verdaderos responsables de que la crisis no se escape de nuestras de manos somos todos. Pero como le tememos a eso, le chantamos la culpa al Leviatán.