El segundo largometraje de Joanna Lombardi se aproxima a cuestiones importantes sobre el cine con la frescura que un viaje entre amigos permite. La premisa es sencilla: después de un paso muy flojo por salas, tres amigos deciden llevar su película a comunidades alejadas en la selva; calculan que un público no contaminado por toneladas de blockbusters y cine de entretenimiento será más receptivo a una obra de la que no se dice casi nada, pero se entiende ajena a algún interés comercial. Esto último no debe entenderse como una de las partes de un binomio excluyente e irreconciliable, sino sencillamente como un punto de partida para hacer cine. Justamente, una de las preocupaciones de Lombardi al hacer la “Solos”, fue la de señalar la ambigüedad del éxito en el caso del cine, si es este la consecuencia de triunfos en festivales y críticas favorables, o de salas llenas a lo largo de varias semanas, todo esto partiendo de la experiencia que le dejó “Casadentro” (2012), su primera película.
El grupo de amigos tiene un cuarto miembro, un extranjero que conoce y maneja la pantalla inflable que hace posible ese cine itinerante. Los cuatro llegan a los pueblos y anuncian la proyección de una película a cuanta persona cruza su camino, y la comedia se va construyendo sobre sus sucesivas decepciones. Esto a pesar de que no existen cines en muchos de los lugares a los que llegan o, si alguna vez hubo uno, se ha perdido. Cabe, en este sentido, destacar la propuesta de Lombardi en su trabajo con los actores, y es que hay mucho de improvisación en la película, un guion muy libre y también una experiencia sustanciosa en la interacción con personas reales que se integran a la narrativa del film. Mucho de lo que aprendemos del contacto del lugar con el cine parte de conversaciones que los personajes tienen con aquellas.
Para conseguir esa libertad, la película se construye a partir de planos secuencia, ya sea frente a un puesto de frutas, en el auto, en un cuarto de hotel, o en la noche oscurísima de la selva; los traslados constantes y las conversaciones familiares y cotidianas, dispersas y recurrentes, las esperas prolongadas, potenciales elipsis, son todos concebidos como los pilares del relato y escenas memorables que diluyen las fronteras entre un trabajo de ficción y no ficción, consiguiendo una experiencia de una naturalidad poco común.
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