Entre las películas que competirán este año por la Palme d’Or en el Festival de Cannes, se encuentra el más reciente filme de Lynne Ramsay, You were never really there. El largometraje, protagonizado por Joaquin Phoenix, es el primero de la directora en seis años. Aunque ya había participado en el mentado Festival en 1999 en la categoría Un Certain Regard con Ratcatcher, su primer largo, fue su película de 2011, We need to talk about Kevin, la primera en competir por el premio máximo. Precisamente, fue su adaptación de la novela homónima de Lionel Shriver, protagonizada por Tilda Swinton, la que le ganó notoriedad a la directora escocesa. Acompañada de John C. Reilly y Ezra Miller, Swinton interpreta a una madre que lidia con las secuelas de un trágico evento que tiene a su hijo, Kevin, en prisión.
Es desde el punto de vista de la madre, Eva Khatchadourian, que se cuenta la historia. “Desentrañarla”, sin embargo, podría ser un verbo más exacto, y no sólo por la narrativa poco convencional. Nos enfrentamos a tres tiempos: un primer pasado, poco definido salvo por ser anterior a Kevin; un segundo pasado, más reciente, dispuesto de forma más extensa y marcado por su presencia; el presente, con un Kevin latente y un palpable quiebre en relación con el segundo pasado que, como un motivo recurrente, atraviesa la narración y dibuja la inflexión inevitable, forzosa salvo por su exhibición, nunca escondida excepto a plena vista. Estos tiempos, hay que decir, se alternan indistintamente, los presenciamos y luego regresamos a ellos, a veces con la intención de recordar, a veces con la de releer, otras con las de experimentar, saborear otra vez.
Y es que lo más valioso del film pasa probablemente por su apelación sensorial y su creación de sentido. Su capacidad para crear motivos visuales y sonoros y articularlos con la música para dosificar un ubicuo extrañamiento. Se nos presentan imágenes muy potentes, sonidos que, quizá sobre todo cuando no tienen una correspondencia con lo que vemos, apreciamos en su real trascendencia, en sus verdaderas implicaciones, a pesar de su cotidianeidad, que se trastoca, a través de, entre otras cosas, la escala, y esto es verdad para ambas dimensiones. El tono de las voces, las miradas, que son tan importantes para entender o reconocer al menos los juegos de sentido con que se divierte Kevin en su medio familiar, encuentran una correspondencia en las capas semánticas que se da a los colores, a la comida, al rastro sensorial de todo tipo de eventos inocentes, incluso de fuentes inanimadas, carentes de voluntad, que se contagian y hieden violencia, a pesar de no hacer más que soportar el aire o mojar el césped, procurando preservar la vida.