Ternura para nuestros adultos mayores, por Verushka Villavicencio

«Un aprendizaje en la pandemia es avanzar en el día a día. No dejar nada postergado, menos aún ahora que se acerca la tercera ola. Pensemos con un corazón inteligente que enarbole la ternura expresada en afecto y servicio a nuestros adultos mayores».

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La primera vez que vi un “picarón” fue en las manos de mi abuela, quien lo moldeaba con extrema habilidad. Mis manos eran muy pequeñas y ella con infinita paciencia las conducía hasta darle la forma circular y soltarlo en el aceite hirviente.

Se maravillaba junto conmigo al verlo crecer y me dejaba sacarlo con un pequeño palito de madera. Luego sacaba una jarrita verde que contenía miel y la vertía con una gran sonrisa. Me veía comer, dándose todo el tiempo del mundo a sus 78 años.

La “mama María” había comprendido que lo mejor de la vida era brindarse en pequeños detalles que marcarían mi memoria para siempre. Al final, me daba un gran abrazo logrando que me perdiera en su delantal de flores amarillas.

Había criado a seis hijos, enviudado dos veces y conseguido que se convirtieran en ciudadanos de bien. Ella es la primera imagen de la ternura que viene a mi mente expresada en fortaleza capaz de crear vínculos sanos dando afecto y confianza.

Se asocia “la ternura” con debilidad, pero es todo lo contrario. La ternura es un acto de coraje porque es la expresión libre de un ser humano que incluso puede reponerse a la ofensa de otro, logrando perdonar, reconciliándose con él. Un claro ejemplo son las madres que siempre acogen a los hijos en sus peores situaciones. Ellas los visitan en las cárceles, hospitales y nunca dejan de llorar su muerte frente a su tumba o fotografía.

Aprendemos el significado de “la ternura” en la infancia con nuestros abuelos y padres. Si la expresamos es porque confiamos en nuestros sentimientos y los compartimos con otros. La llevamos con nosotros al crecer y es una parte vital de nuestro ser que se manifiesta en la escucha atenta, el gesto amable, la demostración de interés por el otro, el compartir un sentimiento, expresar una broma inesperada, hacerse cargo de los problemas del otro, acompañar sin intenciones escondidas. En suma, entregarse como ser humano.

Hoy somos lo que somos porque nuestros abuelos o progenitores nos demostraron ternura y aprendimos a expresarla. Por eso, cabría preguntarnos cómo la expresamos en nuestras acciones cotidianas.

Ayer, 26 de agosto, fue el Día Nacional del Adulto Mayor en honor a Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, fundadora de la congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados. En Perú tenemos una de las 130 casas para adultos mayores a su cargo. En ese hogar descubren nuevas dimensiones de la ternura que le profieren religiosas y voluntarios. A su vez, ellos mismos continúan entregándose a sus hermanos, recobrando la esperanza en la vida.

Actualmente existen 4 millones 140 mil adultos mayores que representan el 12,7% de la población total, según la proyección del INEI en el 2020. Se calcula que el 9,8% de los hogares cuenta con al menos un adulto mayor de 80 años. Este dato revelador nos abre la posibilidad a la valoración de la ternura que podemos darles de forma concreta con las pequeñas acciones del día a día. Se trataría de vivir pensando con el corazón.

En ese sentido, el neurólogo Robert K. Cooper, en su libro “El otro 90 por ciento”, señala que en el corazón existen 40.000 células nerviosas unidas a una compleja red de neurotransmisores cuyo campo electromagnético es tan poderoso como el que se ubica en el cerebro.

Según sus investigaciones, actúa independientemente, aprende, recuerda y tiene pautas propias de respuesta a la vida. Las famosas “corazonadas”, serían una expresión de esta lectura que todavía se investiga científicamente.

Todo indica que en el futuro se descubrirán nuevas y desconocidas capacidades del ser humano relacionadas con «las claves de la inteligencia emocional»: la empatía, la conciencia emocional de uno mismo, la transparencia, el optimismo, la iniciativa, la vocación de servicio, la inspiración, la alegría, la confianza y la ternura.

Un aprendizaje en la pandemia es avanzar en el día a día. No dejar nada postergado, menos aún ahora que se acerca la tercera ola. Pensemos con un corazón inteligente que enarbole la ternura expresada en afecto y servicio a nuestros adultos mayores.

Por cierto, también podemos ayudar a los miembros de la casa de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, que se ubica al costado del Hospital del Niño de Breña. Busquemos que nuestra ternura se extienda fraternalmente y hagamos cielo en la tierra.

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