Tierra de nadie, por Diego Reinoso
«En el caso peruano-chileno los cruces fronterizos están delimitados, pero físicamente separados por un estrecho tramo de carretera, lo que genera la creencia de ser un espacio liberado, cuando no es así.»
Transcurren los días mientras la situación de los migrantes venezolanos, colombianos y haitianos varados en la frontera peruano-chilena se agrava. Han empezado los enfrentamientos y la policía peruana evita que un grupo de migrantes ingrese de forma indebida al territorio nacional, mientras los carabineros chilenos hacen lo mismo en el país vecino. Parece que la solidaridad humana y la responsabilidad internacional no persuaden estos gobiernos. Sin embargo, hay que analizar las cuestiones fronterizas y migratorias que podrían obligar a más de uno considerar la postura a adoptar.
En primer lugar, debemos considerar que el espacio que ocupan hoy los migrantes, en su mayoría venezolanos, es un espacio con condiciones particulares, además de las geográficas. Las fronteras son limites entre estados soberanos, pero hoy ya no existen murallas o rejas que las definan. Por ende, existen coordenadas cartográficas que limitan el territorio de un Estado. En el caso peruano-chileno los cruces fronterizos están delimitados, pero físicamente separados por un estrecho tramo de carretera, lo que genera la creencia de ser un espacio liberado, cuando no es así. Este espacio donde se estarían desatando los conflictos, esta dentro de la zona fronteriza y jurídicamente se considera un espacio de transito entre los controles migratorios.
Más allá de la localización del conflicto migratorio, este se ha convertido en una crisis regional que ha ido en aumento debido a la grave situación económica de uno de los países de origen de los migrantes y la falta de oportunidades en otros casos debido a economías restrictivas. Tal es el caso de los migrantes venezolanos, que poseen una dictadura comunista, cuyos discípulos peruanos pretendieron asaltar el poder el pasado 07 de diciembre. Es importante aclarar que los migrantes se ven en la necesidad de buscar de mejores oportunidades, muchas veces en condiciones precarias e informales en medio de la recuperación económica post-covid.
A medida que aumenta el número de migrantes en nuestro país, también ha aumentado la ola de criminalidad y la percepción de inseguridad que los culpa. Es difícil establecer conclusiones a partir de cifras, ya que el sistema judicial peruano no es el más célere ni el más eficiente. Es importante destacar que esta percepción que vincula a los migrantes con actos criminales se debe en gran parte a la crónica policial que los medios transmiten, muchas veces sobre crímenes cometidos por migrantes en situación de clandestinidad. Es necesario considerar que ante las penosas muertes de algunos carabineros, el país sureño endureció la normativa criminal y migratoria, lo que ha dinamitado la salida de un gran número de migrantes en situación irregular a nuestra frontera.
La presión política no tardó, los sectores más progresistas han solicitado al gobierno de Boluarte que preste ayuda humanitaria y autorice su ingreso de los migrantes al país, acusándola de inhumana a medida que pasan los días. Los conservadores han recriminado la actitud de las fuerzas del orden y de la cancillería por no reprimir a los migrantes y por no protestar ante el gobierno chileno. La opinión de los políticos está dividida, es un tema que genera contiendas e impopularidad, especialmente por compartir públicamente una posición.
Lo cierto es que existen obligaciones internacionales de ambos países con los migrantes, especialmente con aquellos que están en condiciones de acceder o solicitar el refugio. Van más allá de ideologías u opiniones, los elementos jurídicos vinculantes para los Estados no pueden ser eludidos alegando derecho propio, deben ser acatados y respetados.
Diplomáticos venezolanos han elaborado una lista para repatriar a sus compatriotas, es la respuesta tardía de un Estado frustrado que ha abandonado a su población, mientras mueren de hambre en ciudades y fronteras extranjeras. Ante estos hechos la mejor respuesta es el diálogo entre las cancillerías, a fin de establecer un conducto diplomático en el que se negocie un retorno humanitario en la base de la cooperación y el respeto a los derechos humanos. No podemos pretender que el espacio entre dos países se convierta en tierra de nadie, donde se recuerden heridas del pasado. Es menester buscar el diálogo diplomático entre los gobiernos de tránsito y origen, además de los organismos internacionales para que esta crisis avizore una pronta salida. No debemos olvidar que los migrantes son personas que poseen dignidad y que lamentablemente se encuentran en una situación de precariedad.
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