Hoy, en el día quinto del mes de San Máximo, del año en que el expresidente Alan Gabriel Ludwing García Pérez se suicidó, y habiendo ya pasado algunas semanas desde este hecho, toca hablar sobre su muerte, una trágica pero común en nuestra pueril República.
¿Por qué digo común? ¿Acaso otros presidentes peruanos se han suicidado? No, y hasta el momento solo 1 ha muerto en cárcel, Augusto B. Leguía. Sin embargo, nuestro país, como tal, existe desde hace, en teoría, porque hay muchas disputas sobre cuando fue, realmente, la independencia, hace un poco menos de 200 años. Y fue por 1840, aproximadamente, que las clases altas limeñas comenzaros a recurrir de manera constante a consumir una obra en específico en el teatro. Obra de un director francés que se llamaba “Treinta años o la vida de un jugador”.
En ella, Jorge de Germant era un joven ludópata que había sido consumido por el mundo de las apuestas, su vida, más allá de lo que él quisiese, se veía rendida a seguir en un mundo que solo lo hundía más con cada mano jugada. Es así que, al final de la obra Jorge de Germant fue acorralado por policías después de asesinar a un hombre a quien intentó robar para seguir hundiéndose en el vició que tanto daño le hizo. Y, al darse de cuenta que no podría escapar de la ley, optó por suicidarse prendiendo fuego a la cabaña en donde se encontraba escondido.
Se dice que, tal vez, fue en ese único momento de lucidez en una vida llena de vicios que, entendió que quitarse la vida sería la única forma de liberar a su esposa e hijos de la gran vergüenza a la cual los había estado- y seguiría- sometiendo. Claramente, esta es una obra y los motivos que llevaron al expresidente a tomar tal decisión solo la sabrá él y Dios. Nunca sabremos si fue por dignidad, si fue por desprecio, si fue por injusticia o si fue por miedo. Pero lo que sí sabemos, es que en nuestra pueril República la dignidad y la muerte han caminado de la mano desde nuestros primeros pasos.
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