Trump, victoria y manipulación mediática, por Hugo Olivero

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La de Estados Unidos ha sido una campaña sumamente agresiva y sin precedentes, en la que incluso se reavivaron, como nunca, las tensiones raciales. Trump ha ganado por muchos factores dignos de sendos análisis pero hay uno que en particular que resulta inquietante: los efectos inversos de la manipulación mediática de la cual fue objeto la contienda electoral, manipulación que además ha visibilizado bastante ese divorcio postmoderno de los grandes medios de comunicación con los ciudadanos de la clase media y baja, cuyo voto y voz ignorada, acabamos de verlo, es el que define el curso de la historia.

Los gigantes -y hasta parecía, insalvables- rivales de Trump fueron, entre otros, los empresarios, los académicos e intelectuales, Hollywood y los principales medios. Tenía, sencillamente, a todos en su contra. A todos excepto al ciudadano de a pie: a la ama de casa sureña, al latino legal que deseaba conservar su trabajo, al cristiano que le preocupaba el aborto, al abuelo cuyos nietos servían en el ejército. La gente común y corriente, los hombres fuera de los círculos de poder, elitismo y visibilidad mediática. Todos ellos constituyeron una fuerza aun mayor que los millonarios y señoriales ciudadanos -cantantes, actores, presentadores, directivos- desconectados de la realidad de su propio país que no escatimaron recursos, propaganda y muestras de adhesión para incentivar también a los demás a respaldar a su candidata.

Ahora, ¿de qué se trata el efecto inverso de los medios de comunicación? Ellos querían que ganara Hillary Clinton e hicieron todo cuanto les fue posible para lograrlo, pero les salió el tiro por la culata. Al cerrar filas, terminaron por consolidar su imagen de mujer alineada con el poder fáctico; al mostrar todo el apoyo que podía cosechar de banqueros, especuladores, estrellas y magnates, le hicieron un flaco favor reforzando e incluso agrandando la percepción que se tenía de ella como parte del establishment, de baronesa política sedienta de poder, amada y alabada, precisamente, por quienes representan este poder.

Por supuesto que muchas personas han sido eficazmente manipuladas, no han votado por Hillary por su liderazgo o dotes políticos -que los tiene- sino porque Trump era el villano oficial de los medios. Se podría decir que lo único que tuvieron que hacer es repetirles, día tras día, que el magnate es un racista, un machista, un xenófobo, codicioso, etc. Lo hicieron brillar por sus propuestas más controversiales -como la del muro-, a la par que taparon muchísima información sobre la secretaria de Estado -wikileaks, investigaciones del FBI, frases controversiales-. Si los medios hubieran empleado esa energía y minuciosidad con Clinton, Trump habría ganado con una ventaja aplastante. O quien sabe, quizás habría ganado Clinton. En todo caso, lo único que podemos señalar es que el efecto que intentaron crear fue contraproducente.

Ahora, si bien es cierto que Trump logró de hecho canalizar los votos de muchos ‘haters’ de Clinton antes que de gente que simpatizaba con su figura, a él no lo ayudó nadie… al menos no intencionadamente. Esa es la interesante paradoja que nos deja esta elección, así como una peligrosa moraleja para esos grandes medios que ahora deberán buscar nuevas formas de aplicar sus tácticas de manipulación: en la democracia no hay cuentas bancarias, doctorados, fama o conocimientos que separen a la gente. Todos los ciudadanos son iguales para el sistema con la particularidad de que la mayoría y no la élite es la que gana el salario mínimo, la que sufre directamente los efectos de las decisiones de sus políticos, la que no se siente representada.

Hoy Estados Unidos le ha dado la espalda a los que se han abanderado como sus mesías, a la clase política tradicional, a sus líderes mediáticos, a periodistas, presentadores y estrellas de Hollywood. Hoy más que nunca podemos ver que no todo es como los diarios y canales de televisión nos intentan hacer creer. Que puede haber una delgada línea entre informar y manipular.