En su editorial del 14 de octubre, y bajo el título “Cuando la desigualdad es beneficiosa”[1], el medio digital Altavoz.pe se dedicó a discutir la disparidad de ingresos. El texto empieza por afirmar que la desigualdad como fenómeno dentro del mundo viene disminuyendo conforme los países más pobres (especialmente China y en menor medida India) han venido alcanzando tasas de crecimiento más altas, lo cual ha generado bienestar para sus pueblos. De esta observación se pasa a realizar una defensa del libre comercio (causa a la que este autor, dicho sea de paso, se une entusiastamente) y a afirmar que “el dogma igualitarista nos dice que toda desigualdad económica o social es negativa y que el capitalismo las está impulsando, pero esta conclusión sólo es posible cuando hacemos evaluaciones limitadas a países particulares e ignoramos la imagen global”.
Este último comentario es interesante, tanto en el buen como en el mal sentido.
Vayamos por partes. Primero, ¿qué dogma es ése? ¿La referencia tiene en mente únicamente a los marxistas a ultranza o también a aquellos que, en distintas magnitudes, están a favor de políticas redistributivas? Ésta no es una pequeña diferencia: algunos buscan suprimir el sistema de libre mercado para resolver el problema de la desigualdad, pero otros nos mostramos a favor de algunas medidas suplementarias de alcance más limitado. Para el lector atento, ésta puede ser una señal de alerta: si el adversario imaginario del artículo es una suerte de caricatura de la posición real que personas de carne y hueso defienden, pues hay que tomar la arenga del artículo con pinzas. Éste parece ser el caso con nuestros amigos de Altavoz.
Segundo, ¿realmente basta con la imagen global? Aunque es evidente que el diseño de políticas públicas debe considerar su impacto global, ésta no puede ser la única consideración. Los gobiernos son elegidos por poblaciones diferentes y responden a los intereses de las mismas. No basta con proclamar que la desigualdad dentro de los países debe ser tolerada debido a que, en términos globales, ésta viene declinando. Los gobiernos (al menos los democráticos) responden a sus respectivas poblaciones y tienen responsabilidades para con las mismas. Incluso si la desigualdad a nivel global viene cayendo, cualquier hacedor de política debe responder ante un aumento local de la desigualdad, pues ésta puede generar conflicto y debilitar las instituciones de gobierno. De hecho, la idea de que los estados deben guiarse por consideraciones globales es, paradójicamente para un medio de tendencia liberal como Altavoz, un poquito colectivista.
Tercero, Altavoz plantea una falsa dicotomía. Implícitamente, el editorial asume lo siguiente: si el libre comercio genera desigualdad, entonces lo único para frenar esta última es eliminar el libre comercio, y cómo este último genera varios beneficios, no queda otra que aceptar la desigualdad que conlleva. Esto es un grave error. Es como decir que, como operarte de un tumor duele, pero la operación es necesaria, no queda otra más que aguantarse el dolor. Por supuesto, una persona sensata y medianamente informada responderá que para algo existe la anestesia. De la misma forma, en el caso de la desigualdad existe el espacio para medidas paliativas. Existe un trabajo amplio sobre las medidas que pueden conllevar a reducir la desigualdad generada por el libre comercio, desde la aplicación de medidas redistributivas hasta los programas de re-entrenamiento laboral. Por lo tanto, los beneficios del libre comercio (los cuales, nuevamente, esta humilde columna respalda) no tienen por qué conllevar, necesariamente, a tolerar una mayor desigualdad.
Cuarto, y quizá más importante, el editorial de Altavoz no considera cuándo la desigualdad no es beneficiosa. Simplemente, no parece existir distinción entre una situación y la otra. Esto es problemático porque, entre otras cosas, se ignora más de cuarenta años de investigación y estudio de los efectos nocivos de la desigualdad. Uno de los casos más conocidos es el de “rent-seeking”, o la búsqueda, en algunos casos indebida, de beneficios. Niveles extremos de desigualdad tienden a dar espacio a arreglos institucionales en los que aquellos que más tienen sacan más provecho de los servicios públicos o incluso controlan los sistemas político y legal. Éste fue el caso, por ejemplo, de EE.UU. en los años 20 y lo es de la misma China (donde, pese a la caída de la desigualdad, ésta sigue siendo significativa) que Altavoz brinda como ejemplo.
En fin, aquí hay algunas cosas como para irlas considerando (el espacio de esta columna no basta para discutirlas todas). Bienvenido sea el debate sobre cómo entender y enfrentar la desigualdad. Pero tengamos un poquito más de cuidado al escribir al respecto.
PD. Siempre es importante hablar con datos en la mano, y aquí cabe hacer una pequeña observación: si revisamos la información disponible, veremos que el índice de Gini, que mide la desigualdad, viene cayendo a nivel global desde el año 2000, lo que implica una mayor igualdad. Esto es válido tanto si se otorga el mismo peso a los países como si se les pondera por población. Sin embargo, si excluimos a China e India del cálculo, el índice de Gini ponderado por población se eleva, indicando una mayor desigualdad. Esto quiere decir que, como sociedad global, nuestro avance en reducir las brechas entre ricos y pobres responde en gran medida al crecimiento excepcional de dos países. Parece que, como diría Vallejo, “hay todavía hermanos mucho por hacer”.
[1] http://altavoz.pe/2014/10/14/opinion/cuando-la-desigualdad-es-beneficiosa/
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