Un mundo para Alfredo, por Gonzalo Ramírez de la Torre

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Las etiquetas y los apodos son ocurrencias comunes en la política. Son, en líneas generales, diatribas que sirven poco o nada para nutrir el debate electoral, no obstante, detrás de muchas de estas se esconden indicios de la forma cómo un candidato es percibido por el electorado. Alrededor de Alfredo Barnechea, por ejemplo, saltan términos como “pituco” o incluso el elocuente “Virreynechea”. Pero más allá de que el candidato, o algún ‘barnechevre’ empedernido, se puedan ofender con dicha terminología, tienen que tomar en cuenta de dónde viene.

Alfredo Barnechea parece vivir en un mundo aparte. Se le ve solo en compañía de las masas y su discurso, aunque simplista, lo comparte a través de una labia almidonada y pomposa, similar a la de Alan García y que, en consecuencia, lo hace víctima del mismo pasivo acarreado por el líder aprista: verse inalcanzable. Cuando se le ve frente a las cámaras, o simplemente deslizándose entre sus posibles adherentes, disuena como un anacronismo. Se le ve, en efecto, como una figura monárquica entre súbditos y pajes, fiel a la política de antaño.

No ayuda a conectarlo con el país que declare que su forma de mantenerse al tanto de la realidad nacional, ya que no consume prensa local, es por medio de “muchas personas” que “leen todo” y le “hacen resúmenes”.

Pero el aislamiento también es literal cuando se pone la lupa sobre su proyecto político ¿Ha notado que Acción Popular y Alfredo Barnechea son actores de los que se discute como si fueran elementos separados? Claro, hasta cierto punto tiene que ver con lo antropomórfico de la política peruana pero en otros casos, mal que bien, los partidos son asociados con quienes los lideran, véase el caso de Keiko Fujimori, Alan García o incluso de Alejandro Toledo. El candidato de la lampa, sin embargo, pareciera un simple invitado en casa ajena. Y ojo, esto es más que una simple percepción.

El mismo Alfredo Barnechea ha delimitado cierta distancia del plan de gobierno que acompaña su candidatura. Para esto, como dijo el candidato, “el partido había organizado una comisión hace meses […] y votaron una declaración de plan de gobierno que no es la mía.”. Queda claro que es valioso que haya un proceso institucional para formular un plan, pero preocupa que quien va a tener que ejecutarlo lo sienta como algo ajeno, solo reconociendo como suyo aquello que dice la ‘declaración de principios’. “Esa declaración de principios”, sentencia el candidato “es lo que yo pienso”. Y lo deja clarísimo.

Se puede ser muy riguroso en lo institucional –aunque si de algo carece el plan de 34 páginas de Acción Popular, es de rigor–,  pero si no existe cohesión entre lo que el candidato profesa y lo que dice su plan, terminamos ante un problema si se llega a alcanzar el poder.

Pero así como el candidato, sus ideas también parecen no estar conectadas con la realidad, quedándose mucho en estas como concepto y con el ‘cómo’ como incógnita. Está, por ejemplo, “renegociación del contrato del gas”. ¿Cómo pretende lograr convencer a la otra parte de cambiar un contrato que, hoy por hoy, los beneficia? ¿Cuáles serán los objetivos concretos de dicha renegociación? ¿Entiende, Barnechea, ‘renegociación’ como imposición? Luego está “medicinas gratis para el 70% de las enfermedades más comunes” o “salud de calidad gratuita” ¿De dónde saldrá el dinero? ¿Cuánto costaría? ¿Cómo definirá qué enfermedades reciben este trato? ¿Se usarán criterios nacionales o internacionales para definir ‘calidad’?

Barnechea parece haberse quedado perdido en el belaundismo, en el mucho verbo y poca pasta, en las ideas sueltas, en las citas y los términos como: “desarrollismo democrático” o “belaundismo del siglo XXI”. ¿Qué significa todo esto? Parece que no mucho, vacuidades del talante del “Perú como doctrina” o “la conquista del Perú por los peruanos”. Frases lindas, sin duda, pero que se quedan en eso. Circunstancia que recuerda al gobierno de Belaunde, el mismo que, de alguna manera, Barnechea busca reivindicar. Un gobierno marcado por la crisis y estancamiento económico y, por supuesto, frases bonitas.

Alfredo Barnechea es de otro mundo, camina con nosotros pero vive en otro tiempo, en otro lugar. Reniega del modelo económico que llama “fujimorista” –bautizar el “modelo” de esa manera es una afrenta para todos aquellos que lo pensaron en su momento y que, por supuesto, van mucho más allá Fujimori–, sin notar los beneficios que, en comparación con lo que se vio en el pasado (incluyendo los gobiernos de Belaunde), trajo y sigue trayendo al país (aunque, como todo, se puede y se debe mejorar). Pero, mientras hace esto, olvida cómo estábamos antes de la implementación del mismo.

Barnechea es un personaje de otro cuento que, por default (la partida de Acuña y Guzmán), ha ganado relevancia. Pero ¿le bastará la novedad para ganar? Yo, lo dudo.