Hace un tiempo se ponía en escena la obra teatral “Ruido” de Mariana Althaus la cual situaba a los espectadores en el primer gobierno de Alan García, época en la cual el Perú era un país atormentado por la inflación, apagones, escasez de alimentos y el terrorismo. Así, representa a una señora que quince minutos antes del toque de queda se dirige a la casa de su vecina para pedirle que apague el ruido de una sirena ensordecedora; pero que, extrañamente, la familia de su vecina no escuchaba o, parece que no la quieren escuchar. Por una serie de inconvenientes, la señora se ve obligada a pasar la noche en la casa de su vecina pues ya no puede volver a la suya por el toque de queda [1]. Durante esa noche, la señora puede observar el comportamiento raro –y absurdo– de los integrantes de dicha familia: Una exagerada madre (Augusta) que parece estar muy cómoda con su realidad, indiferente a lo que sucede en el Perú y que considera a cualquier suceso violento o extraño como una “extravagancia”; una hija (Agustina) quien insiste en que no es de este planeta y un hijo (Agustín) quien compone canciones de cualquier suceso que sucede en la casa como el vino de contrabando de su madre [2].
Estos comportamientos no suelen causar en la vecina otro sentimiento que no sea la extrañeza y hasta pena pues cree que sus vecinos están locos. No obstante, con el transcurrir de la noche, observa que ese comportamiento absurdo, en realidad es un “mecanismo de escape” para ignorar la realidad que sucede tras las puertas de su vivienda. Es decir, se comportan de esa manera para no escuchar –o fingir que no escuchan– todo el “Ruido” (representado por la sirena que quería que apaguen) que, no es más que, todo el casos político, social y económico de esa época. Así pues prefieren vivir ignorando ese Ruido para no enloquecer (más). De ese modo, esta obra teatral representa la caótica situación de dicha época mediante el sonido de la sirena -el “Ruido”- y realiza una crítica a la actitud pasiva e indiferente de la clase media –media alta– frente a todos los problemas que ocurrían en el Perú [3].
Los espectadores de esa obra, muy probablemente, creían que, dado el ensordecedor volumen del Ruido, era improbable que una persona no pueda escucharlo. Dicho de otra manera, creían que una persona no podía ser tan ajena e indolente frente a una realidad tan caótica como la que sufría el Perú en esa época. Consideraban que el comportamiento de esa familia era exagerado y hasta “irreal”. Sin embargo, esa actitud, no es muy distinta a la de muchas personas en la actualidad. Hay muchas personas que están viviendo un nuevo “Ruido”; pues no solo decidieron aislarse del resto de personas para no contagiarse sino también de la realidad caótica que está viviendo el Perú. Optaron por “mirar –o escuchar– a otro lado” para no enloquecer (más). Es decir, al igual que la familia de Augusta, no escuchan el Ruido –o prefieren no hacerlo–. Como Augusta, consciente o inconscientemente, creen que los sucesos violentos o caóticos como los vendedores ambulantes peleándose con la policía o una señora corriendo detrás del Presidente rogando por ayuda para su esposa es algo “extravagante”; ajeno a su realidad personal. O como Agustín, prenden su música o pasan horas incalculables en sus redes sociales viendo vídeos o las nuevas tendencias para que se “despejen” de este caos.
Sin embargo, no es menos oportuno, preguntarse si dicho comportamiento es erróneo. Por muy sorpresiva que parezca, la respuesta a ello es negativa pues si bien muchas personas optaron por tener un comportamiento indiferente frente a la caótica realidad que hoy sufre el país; dicha actitud –quizás en el afán por sobrevivir a esta crisis a cualquier costo– no es del todo errónea debido a que, superado esta crisis, tienen la posibilidad de tener un rol sumamente importante. Dicho rol se puede apreciar haciendo un símil de otra obra teatral: Antígona de Jorge Watanabe y escenificado por Yuyachkani. A modo de resumen, en esta obra, se narran los hechos de una forma distinta a la mayoría de las adaptaciones de Antígona. Así, sitúa la obra en un momento posterior al conflicto entre Antígona y Creonte; y lo narra desde la perspectiva de Ismene, quien justamente fue el personaje que tuvo una actitud pasiva frente al conflicto generado por entierro de Polinicies; es decir, cuenta la historia desde el personaje que vivía dentro de su propio Ruido frente a toda la crisis ocasionada.
En esta obra se reivindica a Ismene pues, una vez que reconoce que no puede cambiar su actitud pasiva adoptada en el pasado y que es una sobreviviente del conflicto entre Antígona y Creonte, refiere que tiene un rol importante, debido a que ella tiene un conocimiento directo de los sucesos, de todos los errores –y aciertos– que cometieron Antígona y Creonte. Dicho conocimiento de los hechos es sumamente importante pues, pese que a criterio de muchos, no es muy heroico sobrevivir, permite poder realizar la post-memoria, la cual es la forma más honesta y respetuosa que las futuras generaciones puedan conocer lo sucedido en un conflicto y reconocer los motivos que lo generaron con la finalidad que no se vuelva a suceder [4].
Así pues, al igual que Ismene [5], tras el fin de la pandemia, los sobrevivientes de la pandemia del coronavirus no tienen por qué tener culpa por haber querido sobrevivir pues es una reacción natural. Haber sentido miedo frente a la muerte no los convierten en cobardes. Pero sí, deben ser conscientes del rol que les corresponde una vez sea superado esta pandemia.
Como testigos directos de lo ocurrido, los sobrevivientes tienen que reconocer el papel que cada actor desempeñó durante la crisis de la pandemia, los aciertos y desaciertos del Estado, gobiernos regionales, congresistas, empresas privadas y demás; a fin de establecer la responsabilidad moral, política e, incluso, judicial de cada uno de ellos. Del mismo modo, es necesario que puedan identificar y reconocer los problemas estructurales que aún persisten en este país; y ocasionaron que esta crisis afecte en mayor medida al Perú. No se debe olvidar: cómo el sistema de salud –si es que acaso ya no lo estaba– colapsó con hospitales abarrotados de gente que eran atendidos en una carpa construida de manera improvisada o en los pasillos; a los niños que no pudieron ni siquiera acceder al “Aprendo en casa” porque no tenían internet, e incluso, luz en sus hogares; las innumerables súplicas de las personas en provincia por envío de apoyo a sus departamentos, entre otros problemas. Pues como lo mencionó el New York Times, el coronavirus exhibió las debilidades de la “historia de éxito” del Perú [6]. Una vez reconocido ello, y quizás el rol más importante, los sobrevivientes deben trasladar a las futuras generaciones lo acontecido durante la pandemia, no solo para relatarlo como una historia triste y amarga que se pueda contar, sino como aquella historia de donde se puedan extraer lecciones con el propósito de poder reconocer y reparar las injusticias y desigualdades que aún persisten en el Perú, así como evitar que los errores cometidos en esta pandemia vuelvan a suceder.
[1] Cosas. (2016). «Ruido», de Mariana de Althaus: cuando el silencio es un refugio. COSAS.
[2] Barreda, F., Moreno, M., Zegarra, N., & Rojas, Y. (2013). «Ruido», una comedia entre lo real y absurdo. El teatro sabe.
[3] De Althaus, M. (14 de Febrero de 2016). Mariana de Althaus: «Escribí «Ruido» para entender qué pasó». (El Comercio, Entrevistador)
[4] Luque, G. (2008). La persistencia de la memoria: identidad, culpa y testimonio en Antígona de José Watanabe y el grupo Yuyachkani. Memoria. Revista sobre cultura, democracia y derechos humanos N° 4, 75-82.
[5] La actual crisis sanitaria no representa un conflicto propiamente dicho; pero es inevitable no considerar, que llegará a tener similares efectos que uno en cuanto al número de muertes, el dolor generado en las personas y los afectados por la misma.
[6] Taj, M., & Kurmanaev, A. (12 de Junio de 2020). El virus exhibe las debilidades de la historia de éxito de Perú. New York Times.
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