“¿Aún existe?” solía ser la interjección de genuino asombro que algunos de mis vecinos en San Borja se reproducían, con incredulidad, tras revelar mi procedencia partidaria. Es poco común, incluso hoy, encontrar a jóvenes comprometidos con causas políticas vinculadas a partidos en el Perú. En mi caso, el dar a conocer mi procedencia acciopopulista generó en la comunidad desde suspiros de esperanza hasta de cinismo y escepticismo.
Lo extraordinario es que el Partido, otrora gran convocante de masas, ha sido capaz de sobrevivir y hoy está a la espera de una nueva generación que lo catapulte hacia el siglo XXI. No es más, pero tampoco es menos que otros partidos existentes, y dicho aliciente ha permitido que el Partido hoy, silenciosamente, camine hacia el 2016 sin los reflectores encima.
En ese escenario, la Acción Popular, con 58 años de historia, está en camino a iniciar un nuevo tiempo, como dijera Valentín Paniagua Corazao en su discurso inaugural como presidente de la República el 22 de noviembre del 2000. El nuevo tiempo pasa por el reposicionamiento del Partido en el centro progresista y reformista que Steve Levitsky bautizó en su momento como “Coalición Paniagüista”, y es así que se plantean dos líneas de acción estratégica con tal objetivo: presentar un candidato propio elegido institucionalmente mediante elecciones internas —premisa revolucionaria y audaz para el establishment político peruano, acostumbrado al contubernio vacuo de la búsqueda del poder por el poder mismo— y presentar un candidato presidencial con un equipo de gobierno que agrupe las cualidades de un Estadista y su visión del Perú: distribuidor del poder conferido por las urnas para alcanzar las metas de un país que, debido a la miopía de sus líderes más mediáticos, ha perdido la visión de cambio y la capacidad de soñar.
Acción Popular, es entonces, parafraseando a Basadre, una posibilidad enorme para el Perú, y es esa la razón por la que las nuevas generaciones pueden encontrar en él a un Partido abierto y con los espacios suficientes para crear y dejar crear; para hacer y dejar hacer. Al igual que en 1956, cuando un joven abogado de 28 años llamado Javier Alva Orlandini le pidió a Fernando Belaunde Terry postular a la presidencia de la República, hoy se puede reeditar la gesta renovada de una generación optimista e inconforme que se quiere comer el mundo y que sabe firmemente existen las condiciones para dar el gran salto económico y social hacia la madurez republicana del Perú.
Esta columna inaugural, y por la que agradezco enormemente a mi buen amigo Erick Urbina, director general de Lucidez, no ha sido empleada en esta ocasión para pronunciarme sobre los problemas de estructura o analizar la coyuntura política y económica de nuestro país. He preferido hablar de mi Partido, ese por el que he apostado y seguiré apostando, y que pronto dejará de ser un espacio reducido de últimos mohicanos con mucho que decir sobre el Perú y su futuro. Así, semanalmente tendré la oportunidad de abordar temas de interés económico, social y político para así brindarle a usted, estimado lector, una lectura fresca que complemente sus puntos de vista, o en todo caso, lo invite al debate.
Espero, con modestia, que este espacio sirva para construir ideas y que éstas nos permitan ir siempre a la vanguardia, es decir, adelante.