Un saborcito a caviar, por Gonzalo Ramírez de la Torre

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En el Perú, para ser considerado de derecha, uno tiene que ser conservador. Y es que son justamente ellos los que con el tiempo se han adueñado de ese calificativo y, así, lo resguardan celosamente como objeto de su propiedad. Con eso en mente se explica, por ejemplo, la gratuidad con la que personas como Phillip Butters, Carlos Tubino, Héctor Becerril y Rafael Rey llaman “caviar” a todos los que piensan distinto a ellos. Claro, en ocasiones a algunos individuos el término les calza a la perfección, sin embargo, a otros, como a los liberales, no nos sienta ni por casualidad.

Queda claro que un liberal, para un conservador, no entra en el molde de derechista. Para ellos ser un profeta de la diestra implica, más allá de defender el libre mercado, ser un defensor de un concepto particular de familia, estar en contra de la igualdad de derechos para la comunidad LGTB y, cómo no, tener una debilidad sentimental por la iglesia católica. No obstante, basta un simple vistazo al actuar y pensar de los conservadores para tener claro que en realidad son ellos los que derrotan el sentido de ser derechista.

Si existe una cualidad que caracteriza a la gente de derecha es la valoración que le dan a la no intervención del Estado en la economía. La búsqueda de esto se sustenta básicamente en el hecho de que un poder central difícilmente puede tomar las mejores decisiones para toda la población, pues solo los individuos se acercan a estar capacitados para saber qué necesitan y qué no. Así, las personas tienen que ser libres para disponer de sus recursos como prefieran y el conjunto de todas estas decisiones individuales guía la economía por el camino, se entiende, más adecuado.

Sin embargo, para los conservadores, contradictoriamente, la incapacidad del Estado para tomar decisiones por los individuos se desvanece cuando se trata de las libertades políticas y sociales. En esta situación ellos creen que el Estado debe buscar instaurar una forma “correcta” de vivir y desempeñarse –llámese ley natural, tradición, etc. –, en otras palabras, buscan que desde el poder central se instalen regulaciones para imponer el modelo que ellos consideran ideal. Un gesto que se acerca más a la forma de actuar de la izquierda que a la de la derecha, especialmente porque olvidan que, como la economía, los patrones sociales están determinados por las interacciones espontáneas entre individuos y no pueden ser administrados al antojo de quien gobierna.

Así, no tienen problemas en buscar que el Estado impida, por ejemplo, el libre desarrollo de las personas LGTB al mantenerlos alejados de los derechos que ostentan todos los peruanos. Los liberales, por el contrario, buscan que de la libertad económica se desprendan todas las otras libertades, con el conocimiento de que el Estado no está apto para decidir sobre uno.

En la actualidad, un hecho ha agudizado las incongruencias ideológicas de los conservadores. Frente al proyecto de ley de control de medios propuesto por Úrsula Letona y Alejandra Aramayo de Fuerza Popular, partido que acumula las simpatías del conservadurismo, se han mostrado particularmente complacientes. Esto a pesar de que se trata de tanto un atentado contra la independencia empresarial de los medios –al establecer límites a la gente que pueden contratar– como de una mañosería estatal con la prensa muy al estilo venezolano, que si no viniera de ellos se empeñarían en reprobar.

Así las cosas, los principales representantes del conservadurismo local deberían pensar un poco más a quiénes pintan con el rótulo de izquierdistas. Especialmente porque su aparente intención de estatizar la moral y sus ataques contra la decisión de ciertas empresas privadas, hacen que su derecha, en realidad, tenga un saborcito a caviar.

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