¿Una dictadura perfecta?, por Raúl Bravo Sender

"En esta estrategia de polarizar a la sociedad entre buenos y malos, se venden como la reserva moral del país, calificando de corruptos a sus adversarios políticos. Y sutilmente con la herramienta de la contratación estatal de publicidad, han puesto de su lado a un sector de la prensa, la que por ello ha perdido objetividad e imparcialidad en informar".

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En un debate entre intelectuales sobre la tradición dictatorial latinoamericana celebrado en México en Setiembre de 1990, el novelista Mario Vargas Llosa les dijo a los propios mexicanos –incluido Octavio Paz- que a México no se le podía exonerar de tal tradición. El ahora Premio Nobel de Literatura afirmó aquello sosteniendo que México era el caso –sui generis- de una dictadura perfecta que logró la permanencia en el poder, no de un hombre, pero sí de un partido (el PRI).

Para ello concedió suficiente espacio a la crítica, pero suprimió aquella que ponía en peligro su permanencia, creando una retórica de izquierda con intelectuales a los que sutilmente sobornó con trabajos, nombramientos y cargos públicos, sin exigirles adulación –como hacían las demás dictaduras vulgares- pero sí una posición crítica frente al gobierno.

El novelista peruano agregaba que el modelo mexicano de dictadura perfecta intentó ser imitado en las demás dictaduras latinoamericanas, mencionando los casos peruanos del dictador Juan Velasco, quien también reclutó a intelectuales para crear un PRI, y de Alan García, quien intentó lo mismo por medio del fallido proyecto nacionalizador de la banca.

Ahora bien, en el Perú desde 1980 venimos celebrando elecciones ininterrumpidamente, salvo el autogolpe de estado de 1992 del entonces Presidente Alberto Fujimori, quien durante su gobierno le puso fin al ciclo de los partidos políticos tradicionales fundados en la primera mitad del siglo XX, los cuales se habían deslegitimado socialmente por el desgaste de haber gobernado infructuosamente.

Bien puede afirmarse que hoy en nuestro país se presentan los elementos configurativos de la dictadura perfecta. Hay elecciones cada cinco años. No se ha dado la permanencia de una persona, pero de desde inicios del siglo XXI viene dándose la permanencia de un sector político –exceptuando al segundo gobierno aprista del 2006-2011-, que hábilmente se subió al carro de los gobiernos de Valentín Paniagua, Alejandro Toledo, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, y recientemente de Francisco Sagasti –además de gestiones municipales como la de Susana Villarán en Lima-. Me refiero al sector progresista de la centro-izquierda peruana. Es paradójico que estos Presidentes hayan sido avalados en su momento por Vargas Llosa, quien puso al debate el modelo de dictadura perfecta.

Los activistas de dicho sector no han tenido reparo cuando se ha tratado de mudar camiseta por permanecer en las esferas de poder. En sincronía juegan en pared con un conjunto de organizaciones sociales, desde ONG que promueven los derechos humanos y la democracia o defienden ciertas minorías, o incluso con personajes del arte, la farándula y los blogs, o hasta con ciertos columnistas de diarios y locutores radiales, quienes fungen de indignados líderes de opinión, haciendo en coro una sola voz cuando se trata de hacer las veces de fuerza de choque. En noviembre del año pasado lo hicieron cuando en plena emergencia sanitaria convocaron a marchas para plegarse en apoyo al vacado Presidente Vizcarra, dividiendo al país entre a quienes calificaron de golpistas y ellos que se llamaron por sí mismos antigolpistas.

En esta estrategia de polarizar a la sociedad entre buenos y malos, se venden como la reserva moral del país, calificando de corruptos a sus adversarios políticos. Y sutilmente con la herramienta de la contratación estatal de publicidad, han puesto de su lado a un sector de la prensa, la que por ello ha perdido objetividad e imparcialidad en informar. Lo más peligroso es que con un pseudo discurso progresista, pretenden imponernos un pensamiento único, evidenciando con ello la intolerancia que los caracteriza, pues hoy se han convertido en los inquisidores del pensamiento, censurando y condenando a todo aquel que piensa distinto a sus valores y principios.

En las elecciones de abril –si es que las hay-, el Perú se juega muchas cosas. Lo de la vacunación clandestina basta para que los peruanos abramos los ojos y nos demos cuenta quién es quién. ¿O queremos que nos sigan viendo la cara?