Una generación de políticos peligrosos, por Raúl Bravo Sender
"Pero lo peligroso es que, sabiendo que apelan a la demagogia y la intolerancia, les permitamos acceder al poder. La ciudadanía debiera abrir los ojos y darse cuenta de quiénes son realmente los buenos y los malos".
Este año celebraremos elecciones generales en el contexto de la pandemia. Elegiremos un nuevo gobierno y representantes ante el Parlamento. Sin embargo, las campañas electorales no serán las mismas, pues por las normas de distanciamiento y aislamiento social dadas para evitar la propagación del coronavirus veremos a los candidatos inundando las redes sociales.
Es cierto que la prensa ha desplazado a los partidos políticos como los principales espacios de generación de opinión pública. Incluso han determinado el resultado de varias elecciones. Pero desde que aparecieron las redes sociales, los llamados influencers se han empoderado en este escenario de interacción virtual, transitando de la democracia hacia la ‘memecracia’.
Pero los medios y la forma en que se hace política no son los únicos que han experimentado cambios. En cuanto a los contenidos, viene instaurándose una suerte de policía del pensamiento que juzga a los disidentes de lo políticamente correcto. Una nueva inquisición se ha instalado, intolerante con quienes –nadando contracorriente- piensan por sí mismos, aunque ello signifique caer en el ostracismo o la censura de una minoría que moralmente siente ser dueña de la razón y la verdad.
Esta minoría ha encontrado espacios para hacer política, pues tiene apetitos de poder. Ya ha medido sus fuerzas en los últimos episodios de la política nacional, apelando a la manipulación de las aspiraciones y frustraciones de los peruanos, en especial de los jóvenes, a quienes ha bautizado como la “generación del bicentenario”. Pero no mide a todos con la misma vara. Varios de sus operadores han mostrado un doble estándar frente a circunstancias y personajes similares.
Esta forma y contenidos con los cuales varios actores políticos vienen haciendo política, han llevado al país a la polarización. Divide y reinarás, parece ser la estrategia que emplean para sacar rédito. Hábilmente se han colocado como los abanderados de ciertas minorías a las cuales fanatizan, confrontándolas con quienes tienen otras convicciones. Lo peculiar es que marcan la cancha sobre temas intrascendentes, pues no tienen más que decir.
La política peruana corre riesgos. Es cierto que somos testigos del ocaso de una generación que fue incapaz de sintonizar con los cambios tecnológicos y virtuales. Los sectores progresistas y populistas tuvieron mejores reflejos y supieron interpretar los nuevos tiempos. Pero lo peligroso es que, sabiendo que apelan a la demagogia y la intolerancia, les permitamos acceder al poder. La ciudadanía debiera abrir los ojos y darse cuenta de quiénes son realmente los buenos y los malos.
En política, el malo se vende como bueno. No le importa mentir o distorsionar la verdad, pues el fin justifica los medios. Tampoco le importa crearse un personaje de reivindicador de causas justas ante la sociedad, aunque ello implique perder autenticidad. Sin embargo, como al bueno en sí no le interesa el poder, dice las cosas que piensa, despreocupado en caerle bien o mal a la gente, pues no acomoda su discurso al cálculo de obtener votos.
Los políticos que tienen este estilo de hacer política no quieren debatir. Ello obedece a que en realidad no tienen nada que decir. Su discurso se ha agotado en unos cuantos temas cliché. Por eso sólo les queda tomar las calles, gritar, manipular las emociones de la gente y hacer un poco de show mediático. Además de ridiculizar al adversario por medio de la propaganda y la hoy denominada memecracia. En eso sí son hábiles, pero en formular propuestas viables, no. Y un sector de la prensa nacional –más interesada en contratar con un Estado conducido en los últimos años por gobiernos que apelan al mismo estilo- pone sus reflectores en estos personajes, prestándose a su juego y cerrando así espacios para la reflexión nacional.
En este escenario, hay que hallar nuevos espacios de intercambio de ideas. Que lo que queremos como país sea producto del diálogo y el consenso y no de la visión particular de quienes se sienten predestinados. Esos son los más peligrosos.
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