Unidad: la solución a la guerra civil ideológica en Perú, por Vincenzo Ferreccio
«La enfermedad que hoy consume al Perú entero debe ser remediada con una conciencia que venga de la representación, de políticos que no creen antipatía ni engendren la división.»
La estrategia publicitaria para propiciar las marchas del descontento totalmente legítimo para vacar a un presidente corrupto, es una serpiente de uróboro, pues desde un principio se sabe que va a tropezarse al momento de volverse a levantar. Ese cascarón de plátano es la equiparación eterna que se tendrá sobre la vacancia, una acción política que ahora está asociada a una “neo aristocracia” de camisas negras y de personas de fenotipos arios que le rinden culto a la Hispanidad mientras juntan firmas para revivir al partido Unión Revolucionaria. Digo desde ya, que esta asimilación es presuntuosamente ridícula y no tiene lógica suficiente desde un estudio comparativo, pero, vemos repetidamente a las mismas personas, a las mismas caras, a los mismos medios y a los mismos partidos conservadores haciendo una campaña de vacancia cada vez más insulsa junto a un movimiento cada vez menos popular con tentativas para sacar al cáncer del poder.
Si el peruano no se ve representado con las caras que representan la oposición y a la crítica al gobierno de turno, pues simplemente no tendrán la empatía ni brindarán el apoyo necesario a la causa ni a sus acciones. Esto ya se ha visto completamente evidenciado con la subida al mando de un “campesino honesto” y “amauta del pueblo” al Poder Ejecutivo, quien ganó las elecciones por el antivoto antes que por la representación. Tenemos que ver nuestra realidad política actual desde un plano maquiavélico y dejar de autoflagelarnos mentalmente al creer en los azares de la dignidad y la moralidad inexistente de los congresistas, pues sus intereses van e irán siempre primero antes que los intereses del país. Si el Congreso no ve con temeridad a millones de peruanos que los pueden llevar al patíbulo o a la guillotina por sobreponer sus conveniencias sobre el bienestar y el futuro del país, entonces los congresistas seguirán jugando a la convivencia pusilánime y tóxica que actualmente poseen el Ejecutivo y el Legislativo.
Si los partidos conservadores de «extrema derecha fascista”, usando el lenguaje de los mononeuronales que nunca han estudiado la historia del fascismo en el Perú, siguen siendo los únicos que capitalicen el marketing para sacar a Pedro Castillo del poder, lo único que harán será presentar al movimiento opositor como la imagen idónea para que Pedro Catillo prostituya su victimización sobre los que piensan que el imperialismo, la CIA, Alan García, la Unión Revolucionaria, Donald Trump, Sánchez Cerro, El Comercio y quién sabe qué otras confabulaciones más de ultraderecha, capitalistas y, para ellos, ajenos al pueblo, estén tras las cortinas de lo que llaman “Golpe de Estado”.
Locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes. Hemos estado culposamente dejando que la vacancia presidencial sea una idea secuestrada por una oposición que irradia brutalidad y primitivismo hacia la mayoría de los peruanos (las encuestas hablan por sí solas); sin embargo, la batuta ya la están cogiendo otros congresistas como Ed Málaga. Falta entonces visibilizar más a actores ajenos al conservadurismo, pero críticos del gobierno para darles capacidad de acción y popularizar la realidad terrible de nuestro país: la onagrocracia, el gobierno encabezado por burros salvajes.
El actuar organizado de los civiles y la fiscalización que le damos a los poderes del Estado son prácticas inexistentes en nuestro país. Es por ello que la enfermedad que hoy consume al Perú entero debe ser remediada con una conciencia que venga de la representación, de políticos que no creen antipatía ni engendren la división del peruano contra el peruano en lo que es, posiblemente, la guerra civil ideológica más dañina de los últimos tiempos. La representación, la empatía y la vuelta a la unión va a hacer que una idea en conjunto logre por fin extirparle la banda presidencial al asno. Salvaje o manso, el Palacio no es un rancho que tenga que oler a heces perpetuamente.
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