Ari Folman, quien escribió y dirigió la película, cede a la audiencia la labor de catalogarla (y su pertinencia). La noción de documental animado, como él mismo explica en una entrevista con David Poland, es en realidad un vacío, y lo ilustra en su búsqueda de fondos. Al fin y al cabo, la relación entre el cine documental y el registro de testigos y momentos vivos, y la de la animación, por su parte, con una elaboración ficcional, como forma al menos representativa, desde el papel o la computadora, una creación total de la imagen, parecen poco discutidas.
Desde un espacio más bien teórico esto último puede no ser del todo cierto, e incluso en la práctica las experiencias que apuntan hacia la dilución de esa frontera en la presentación de un relato no son escasas. Sin embargo, no se puede negar la existencia de códigos reconocibles respecto de lo que es, o al menos de lo que la audiencia espera que sea, una documental o, para tal caso, una animación. Lo que atendemos, además, en Vals Im Bashir, no es tampoco una rotoscopía (técnica que implica dibujar sobre un material previamente grabado o filmado, utilizada, por ejemplo, en A Scanner Darkly de Richard Linklater), lo que podría anclar la película de forma más directa y tangible en la realidad. Se grabaron entrevistas, efectivamente, pero sólo como referencias, y a partir de ellas se elaboraron storyboards que posteriormente sirvieron para la animación, hecha más bien por capas, con los elementos de los rostros, por ejemplo, completamente desagregados.
Para Folman la única manera de hacer el documental era la animación. Quizá desde la historia sus motivos no resulten aparentes (la película gira en torno a la participación de Israel en la Guerra del Líbano), pero el film empieza con un sueño y ello empieza ya a delinear un tratamiento. El sueño, una experiencia recurrente que pertenece a un amigo de Folman, despierta en él pasajes olvidados, que emergen mientras progresa su búsqueda de un recuerdo en particular, un enorme vacío alrededor de la masacre de Sabra y Chatila. Se alternan en la película representaciones claramente documentales, con un fondo neutral y planificaciones expositivas, pero también otras más cotidianas y casuales, además de ensoñaciones y recuerdos con los que se muestra parte de ese pasado que ya Folamn, ya sus entrevistados, testimonian.
La animación permite, entonces, dar una sensación de continuidad a las fuentes, a ese material, a esos niveles de registro, que en muchos casos tienen como base no más que la memoria, e incluso la memoria de un sueño, de algo imaginado hace muchos años. La animación, de partida, es mucho más afín a la elaboración de los pasajes más surreales de Vals Im Bashir, incluyendo aquel que da el nombre a la película, y es quizá en ellos que consigue una mayor belleza, pero subraya también la condición de relato que atraviesa la totalidad de lo expuesto, la naturaleza viscosa y engañosa de los recuerdos, sobre los que se escribe finalmente la historia; esa multiplicidad de voces que bien puede ser tan confusa como las pulsiones de esos muchachos que se encontraron en medio de una guerra. La operación, hay que decir, funciona en las dos direcciones, pues al mismo tiempo se reivindican el lugar y la valía de esos mundos interiores, de esa inconsciente elaboración mítica, de esos detalles opacos que se presentan igualmente válidos para narrar y encontrar la verdad, o intentarlo.
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