Vivimos en un mundo que combate la pobreza desde diferentes frentes. Enarbolamos el derecho de vivir dignamente asociándolo al gozo y disfrute de una vida sin ninguna carencia material. Contra todo pronóstico, la pobreza debe evitarse y reemplazarse por la opulencia. Asociamos la Navidad como la época del año en que la mejor expresión de esta opulencia es regalar objetos materiales y tener una cena llena de comida y diversión. Si esto no se cumple, se corre el riesgo de pensar que no somos felices.
Para los católicos se pone a prueba el valor de la esencia en Navidad porque festejamos el nacimiento de nuestro Salvador que escogió la pobreza para liberar al hombre. Nació en un mundo convulsionado por la guerra, la persecución, la esclavitud, luego de que sus padres caminaran 115 kilómetros por el desierto desde Nazaret hasta Belén, con una madre cuyos dolores de parto no encontraba posada para dar a luz. Jesús nació en un pesebre, rodeado de animales, en una auténtica pobreza material para demostrarle al mundo que la verdadera liberación se enfoca en prescindir de lo material para dar valor a lo esencial.
El santo arzobispo salvadoreño Oscar Romero, quien fue asesinado durante su sermón dominical por la defensa de los derechos humanos de su pueblo decía: “nadie puede tener una Navidad verdadera sin ser pobre. Los auto-suficientes; los orgullosos; los que, por tener todo, desprecian a otros; los que no necesitan aún a Dios -para ellos no habrá la Navidad-. Solamente los pobres, los hambrientos, los que necesitan que alguien venga de su parte, -afirmaba el arzobispo-, tendrán a aquella persona que es Dios, Emmanuel, Dios con nosotros.”
Resulta que tenemos miedo a la pobreza y queremos evitarla a cualquier costo. Ese miedo es el que moviliza hacia acciones vinculadas a lograr el bien individual aunque implique perjudicar al otro. Será por eso que somos el único país del mundo con 4 ex presidentes con procesos judiciales abiertos y con uno que decidió quitarse la vida para evitar más investigaciones en su contra. Todos con una red de funcionarios y trabajadores a su servicio que esconderían un deseo ardiente de dinero, fama y poder.
Pero, la pobreza es más que la ausencia de lo material. Se trataría de una pobreza espiritual que nos impide ser la mejor versión de nosotros mismos y tomar el camino más difícil a lo largo de nuestras vidas. Hoy todos caminamos hacia Belén sin darnos cuenta llevando nuestra propia pobreza. El camino a Belén sería el camino de la vida de cada uno y cada año en Navidad tendríamos la oportunidad de revisar qué es lo que llevamos en el viaje. Jesús nació para liberarnos de esa pobreza espiritual y darnos la oportunidad de revisarnos en nuestro interior.
En redes sociales encontré tres casos cuyo eje común es su ruta hacia el Belén de nuestros días. El primero fue en twitter, se trataba de fotos de árboles de madera para Navidad fabricados por un albañil despedido injustamente a los 60 años. Su hija solicitaba a sus redes de amigos que compren los árboles de su padre para costear los gastos de casa y el pago de su universidad. El segundo fue el emprendimiento de Ousman Umar, un inmigrante que salió de Ghana y llegó a España cruzando el desierto de Sahara y el mar. Hoy da vida a una ong que facilita computadoras a 23 escuelas de su país mejorando las oportunidades de educación de más de 15 mil estudiantes entre 8 y 18 años. Su objetivo es lograr que crezca y beneficiar a más estudiantes para sacarlos de la pobreza. Y el tercero, es el conversatorio de Álex Rovira que comparte el significado de la “mirada apreciativa” que implica formar a la gente en su corazón y no sólo en la educación formal. La “mirada apreciativa” es tratar al otro no por lo que es, sino por lo que puede llegar a ser.
Los tres casos tienen en común una respuesta ante una situación adversa que demanda de la sociedad y de cada uno de nosotros una posición de cambio. Nuestra “mirada apreciativa” debería concentrarse en lo bueno que el otro ser humano puede brindarnos. Se trata de mirar lo esencial de cada persona y valorar sus posibilidades. Si cada uno de nosotros tuviéramos esta mirada para nosotros mismos y para otros, buscaríamos cultivarnos en nuestro interior y el miedo a la pobreza no sería el centro de nuestras acciones. Más bien, encontraríamos que nuestra gran pobreza son los prejuicios y lo que pensamos que otros piensan de nosotros.
Creo que nuestra “mirada apreciativa” podría aprender a “abrazar con la mirada” y así encontrar una respuesta al nacimiento de Jesús que se hace vulnerable para conmover nuestro interior. El camino a Belén de cada uno de nosotros depende de nuestras decisiones. Apostar por una vida que enaltezca nuestra esencial espiritual buscando construir un mundo más justo para todos podría ser la clave para la auténtica felicidad. Vamos juntos camino a Belén.
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