La visión de Hernando de Soto

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Nadie es profeta en su tierra. Hernando de Soto opina de vez en cuando sobre cómo integrar a todos los peruanos, pero los gobiernos tienen sus propios planes y sus ministros políticos, y no le hacen mayor caso. En su último pronunciamiento, Hernando de Soto habla de ignorancia. Ignorancia es “la ausencia de conocimiento debido”, describe el diccionario. No es cualquier ignorancia. Es no saber lo que se tiene que saber, según el lugar en el que cada persona se encuentre, y cada oficio o profesión se tenga. De ahí la connotación de ignorancia que señala Hernando de Soto.

El encuentro entre el viejo y el nuevo continente se concretó en dos hechos: la formación de una nueva sociedad, de vocación mestiza; y la importación de un nuevo concepto europeo: el estado moderno. Después de tres siglos de virreinato y dos de independencia, todavía nos debatimos en el ajuste entre ambas realidades: la sociedad de sociedades que hemos creado y un estado sobrepuesto –colonial primero y republicado después- que no termina de ajustarse como administrador público de esa sociedad de sociedades, llamada a ser cada vez más rica y plural.

De una parte, funcionarios en los distintos gobiernos, y de otra, agudos observadores de la realidad -como Hernando de Soto y Richard Webb- dialogan sobre el mismo reto: fortalecer la sociedad y el estado, pero ¿en qué medida cada uno? Surge el debate: emprendedores libres o contribuyentes sujetos: imaginación y creatividad o laboriosidad y controles. No hemos todavía analizado suficientemente el hecho de que los colonizadores primeros, que buscaban oro con la cruz en la mano y los misioneros que traían la cruz para moderar la codicia del oro, se ha prolongado hasta ahora: los informales del oro y de la madera contra los funcionarios de la Sunat y la policía.

Quizás haya que pensar en el  narcotraficante, el contrabandista, el minero informal y el maderero libre –y en primer lugar el pobre campesino de panllevar en las alturas andinas- como en el conquistador del Perú del siglo XXI al que hay que enseñarle el catecismo y la constitución, la ética natural y el derecho global, la solidaridad ciudadana y la subsidiariedad del estado, para que entienda que tiene que participar legalmente en la construcción de una sociedad de sociedades, creando un estado que vaya reduciendo gradualmente las cortapisas de la ley –“muchas leyes, pésima república”, decía Tácito-, para dar mayor cabida al mantenimiento del trabajador independiente, como lo era en la antigüedad, donde el emperador apenas si tenía algún control ciudadano.

¡Si los parlamentarios estudiaran una hora cada día!