¡Viva la familia!

1.210

Si aquella tarde del sábado 21 de setiembre de 1991, mientras me ponía el terno para mi matrimonio, alguien me hubiera dicho que tendría once hijos… si once (11), así como lo lee… once, no me lo hubiera creído, pensaría que me estaban tomando el pelo. Sin embargo, un par de horas más tarde me estaba casando y con el paso de los años, once niños vendrían al mundo, bueno… exactamente cinco varones y seis mujercitas ¡Las mujeres cuando no, siempre ganando! Por lo general, soy de la opinión que con el matrimonio, tu vida no cambia mucho en sí. Al principio es una dulce luna de miel, en donde las costumbres que la pareja tenía como el ir al cine los viernes o a bailar los sábados, pues en nada cambia. El cambio en realidad ocurre cuando nace tu primer hijo. Cambio para bien por cierto, pues la naturaleza es sabia y cuando ese “honey moon” de los primeros años de matrimonio se van agotando, vienen los hijos como para dar nuevas vitaminas e ilusión. Con el nacimiento de los hijos allí sí las cosas cambian, pues los hijos traen otras alegrías e ilusiones, como también sacrificios y responsabilidades.

En mi caso, a los tres días del casamiento estábamos en un avión cargados de maletas rumbo a España, a la Universidad de Navarra en Pamplona, sin fecha de regreso cierta, pues juré no pisar tierra peruana hasta que no tuviera mi diploma de doctor en Derecho. Un par de años más tarde nació nuestro primer hijo. Allí no hay niñeras, suegras o madres sacrificadas que cuiden a tu hijo mientas te vas al cine, a una fiesta o a una reunión como aquí en Lima. Allí te las arreglas como puedas o no sales ni a la esquina. De allí que nuestro primer hijo de meses, nos acompañara a todas partes, atravesando en su cochecito lluvias, tormentas, nevadas y vientos huracanados como los que suelen haber en Pamplona o sentado en el auto rumbo a Zaragoza para ser presentado ante la Virgen del Pilar y luego a la Virgen de Torreciudad. Ya de regreso al Perú y luego de tres años intensos, poco a poco vinieron los demás hijos.

¿Que cómo se organizan? ¡Pues organizándonos! Toda una operación de logística para la cual no necesitas tener maestrías o doctorados. Basta el sentido común y organizarte. ¿Qué si son millonarios? Para nada. Trabajar duro como todo el mundo y rezar bastante por si las dudas, confiando abiertamente en la Divina Providencia. ¡Y vaya que la mano de Dios interviene! Reconozco que cada hijo nos ha traído su “pan bajo el brazo”. Inclusive alguna vez me he quedado sin trabajo cuando estaba a punto de nacer uno de mis hijos… de allí que a moverse laboralmente, rezar y esperar… y todo se solucionaba. Por lógica deduces que, si Dios confía en nosotros un hijo o hija, lo cual es todo un acto de amor y de confianza de Su parte para con nosotros, no va a ser para matarlo de hambre o abandonarlo. De allí que siempre tengamos los recursos suficientes para que no le falte nada a ninguno de nuestros hijos. Y es que el gran reto de una familia numerosa no es tanto el aspecto económico como muchos creen, pues donde come uno comen tres. El gran reto radica en encontrar el tiempo que uno debe dedicarle a cada uno de sus hijos, y eso es hoy algo que ni siquiera los que tienen un hijo saben manejar, pues el trabajo y el mundo social los abosorve y, es más, su propio egoísmo se los impide. Porque el ser padre o madre requiere sacrificio… y eso es algo que hoy pocos lo entienden y están dispuestos a conceder.

¡Que cómo es posible que no conozcan Disneyworld o Miami por Dios! No, pues porque simplemente tenemos asuntos más importantes en qué gastar el dinero que en ver a Mickey Mouse. ¿Y la casa de playa? Para más adelante… quizá. No hay viajes o casa de playa o auto nuevo del año que pueda reemplazar el nacimiento o la sonrisa de un hijo.

Obviamente, mis amigos queridos tan curiosos siempre, suelen preguntarme el por qué tuvieron tantos hijos, cuando hoy se “estila” tener sólo uno o dos hijos a los más. Y siempre respondo con la respuesta más lógica y sobrenatural del mundo: “Porque nos dio la gana” y punto. Pero siguen preguntando: “¿Y con la misma mujer? ¿Hay mellizos o gemelos?” A lo cual respondo que con la misma mujer –no tengo harem ni clonamos por si acaso- y no hay mellizos o gemelos. Además aclaro que, todos parto natural. Ahí recién se quedan mudos y boquiabiertos. Pero como la curiosidad limeña no tiene límites, llegan a preguntarme si pertenezco a alguna secta religiosa o logia secreta. Ante lo cual les tomo el pelo y les digo que sí, que a una secta extraterrestre de la quinta galaxia… y ¡Muchos se lo creen!

Sucede pues que hoy el mundo no entiende a la familia y menos a la familia numerosa. ¡Y no saben de lo que se pierden! Ya en 1981 San Juan Pablo II diagnosticaba brillantemente al principio de su Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio” – que: “La familia, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales.” Hoy el que ama a la familia, debe ir a contracorriente, como los salmones. El pasado domingo 19 de octubre concluyó el Sínodo de la Familia en Roma, convocado por el Papa Francisco. Y una hermosa coincidencia, ese mismo día se beatificó al papa Paulo VI, autor de la importante y revolucionaria encíclica “Humanae Vitae” en donde se defiende la vida humana desde la concepción y la familia. Se los digo por experiencia luego de 23 años de aquella tarde de setiembre de 1991… no hay nada en este mundo que valga tanto la pena tanto como la familia… y no hay dinero ni poder en el mundo que la reemplace… no tengan miedo a la vida… tu vida valdrá verdaderamente la pena. ¡Que viva la familia!