“Yo le aseguro a usted que la esgrima es mucho más. Constituye una ciencia exacta, matemática, donde la suma de determinados factores conduce invariablemente al mismo producto: el triunfo o el fracaso, la vida o la muerte… [la esgrima es] una técnica altamente depurada que un día, a requerimiento de la patria o del honor, puede serles muy útil… El arma blanca tiene una ética de la que todas las demás carecen… y si me apuraran, diría que hasta una mística. La esgrima es una mística de caballeros. Y mucho más en los tiempos que corren…”. Estas palabras del personaje de Jaime Astarloa, de la excelente novela “El maestro de esgrima” del escritor español Arturo Pérez-Reverte, me hizo reflexionar de cómo el día de hoy, el término “honor” ya no significa nada para muchos. La esgrima es una ciencia –hoy se la trata de mero “deporte” o “sport” como dirían los ingleses- que desde la antigüedad el hombre practicó ya sea para defenderse o para atacar, pero en todo caso, para defender su honor y a la patria. Se jugaba la vida en ello. Novelas clásicas como “Los tres mosqueteros” del gran Alejandro Dumas o la famosa “Scaramouch” de Rafael Sabatini, estupendamente pasada al cine en 1952 –por solo mencionar algunas- con el famoso duelo final entre los mejores dos espadachines de la Francia de fines del setecientos, personificados por Stuart Granger y Mel Ferrer, siempre hacen referencia a la defensa del honor sobre todas las cosas.
Todo esto me hizo reflexionar a raíz de los diversos escándalos de corrupción que, como cancha, corroen actualmente a nuestro país, lo cual nos obliga a preguntarnos: ¿Y dónde quedó el honor en el Perú? ¿Se trata ya tan solo de una mera ficción, una ilusión o de algo pasado de moda o para los tontos? ¿Por qué durante siglos enteros y hasta milenios, los hombres han defendido el honor con sus vidas y hoy, simplemente, lo pierden por tres peniques o veinte millones de dólares? Desde simples funcionarios públicos hasta congresistas, ministros, empresarios privados y hasta un expresidente de la República –y la lista continúa ad infinitum- han dejado de lado su honor –amén del respeto a sí mismos, amor a la patria, la familia, etc.- y se han “vendido” por un determinado precio al mejor postor. ¿Vale la pena llegar como Toledo a los setenta años de edad de esta manera? La muerte lo encontrará en algún momento y lo único que dejará tras de sí será una estela de vergüenzas, deshonras, robos, escándalos… ¿Y todo para qué? Es el mismo caso de tantos otros “personajes” y “personalidades” de hoy, que se pasean por nuestro país, ¡Dando inclusive cátedras de moral y de ética por doquier! Rasgándose las vestiduras, viendo las pajas en los demás y sin ser capaces de ver las vigas que tienen ante sus ojos. Como dice el Evangelio: “¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?”. ¿Qué le pasó al honor en nuestro país? ¿Para eso dieron su vida Grau, Bolognesi, Ugarte y tantos otros?
A raíz de ello, busqué en mi biblioteca un pequeño librito, amarillento y delgado pero muy importante en otras épocas. En su dedicatoria se lee lo siguiente: “Por espacio de cinco años he tenido el honor de enseñaros esgrima, arte nobilísima, de antigua tradición y elevada indisputablemente a la categoría de ciencia desde muchos siglos atrás. Por eso ofrezco a vuestra Alteza este Manual, que después de largo y cariñoso estudio me he resuelto a redactar alentado por los consejos de personas expertas y competentes en asuntos caballerescos”. Se trata de la dedicatoria escrita por el autor, Masanietto Parise –Profesor de la Escuela Magistral Militar de Esgrima- a Su Alteza Real el Príncipe de Nápoles. La obra denominada “Manual Caballeresco”, traducida del italiano, fue publicada en Lima en 1897. En buen cristiano, se trata del reglamento de duelos que me dejara alguna vez mi padre… “por si algún día te fuere necesario” me dijo. De acuerdo con el prefacio, el Manual fue compilado en 1882 pero no fue publicado hasta 1897, siguiendo las reglas del gran maestro de esgrima francés Lucien de Montespan.
¿Cabría hoy retar y batirse a duelo como en los siglos pasados? Hoy que el honor y la buena reputación de las personas y de la patria se ve mancillado, afectado e insultado casi a diario en los medios, en forma personal, en debates públicos, en medios de comunicación como la prensa escrita, la TV o la radio; en las redes sociales vía correos electrónicos, Facebook, Twitter, WhatsApp, etc. Si el Manual estuviera vigente el día de hoy y los duelos no estuvieran prohibidos, soy de la opinión que tendríamos cientos de duelos por doquier ante la proliferación de faltas al honor de las personas y a la patria.
Entonces nos volvemos a preguntar ¿Y dónde quedó el honor en el Perú? Si antiguamente el hombre se batía arriesgando su vida por salvar su honor o el honor de una dama o el de su patria, lamentablemente hoy el honor, esto es, la honra a quedado a un lado. ¿Se ha perdido hoy acaso el sentido del honor y de la honra? Muchos han olvidado el significado del honor. De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, honor es: “Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de sí mismo. Gloria o buena reputación que sigue a la virtud o a las acciones heroicas, la cual trasciende a las familias, personas y acciones mismas de quien se la granjea”. Por tanto, estamos hablando de una cualidad moral o ética, de buena reputación vinculadas a la virtud. De allí que, volvemos al problema de fondo: el hombre virtuoso, es decir, aquél que tiene virtudes y lucha por tenerlas, por lo general es hombre de honor; y la causa o razón de fondo de todos estos casos de corrupción es la falta de hombres y mujeres virtuosas, que valoren su honor y su honra por encima de todo. Así de simple y claro. Es un tema pues netamente personal, no un problema legal ni del Estado, ni de instituciones, etc. Entonces, ¿Dónde quedó el honor en el Perú? Es una buena pregunta que cada peruano deberá imperativamente responderse a sí mismo, en el fondo de su alma y de corazón. Por lo pronto, ya estoy buscando un buen florete, por si tengo que retar a duelo a alguien. Con lo que estamos viendo a diario… ¡Ganas no le faltan a uno!