¿Y la reforma de la justicia?, por Eduardo Herrera Velarde

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Uno de los argumentos más contundentes en contra de la pena de muerte para violadores es, a mi criterio, la fragilidad de nuestro sistema de administración de Justicia porque simplemente no es seguro.

Históricamente, y no solamente durante este gobierno, se ha intentado vanamente solucionar casi todos los problemas criminales con una producción desaforada de normas legales. El resultado ha sido casi nulo por una sencilla razón; por más buena norma que exista, si no hay autoridad que la aplique correctamente y en todos los casos, entonces la norma queda absolutamente relativa. De eso se ocupa precisamente el sistema de administración de Justicia.

Solo basta con ver los noticieros cuando, por ejemplo, ocurre un asesinato, un atropello, o cuando una autoridad es cuestionada para percibir lo que pide la población: “queremos que se haga Justicia”, el grito es unánime.

No lo digo yo únicamente, personas de reputación e intelecto más elevado (Moisés Naím, por ejemplo), han señalado que lo primero que debe de tener un país que pretende ser desarrollado es un sistema de Justicia predictible, confiable y seguro. No es difícil darse cuenta de esto, dicho sea de paso.

¿A quién le interesa esta reforma? A todos, pero nadie la hace. El Presidente que logre esto definitivamente logrará la posteridad ¿Por qué nadie lo hace? Tengo, sobre ello, identificadas dos barreras de contención al avance de la reforma:

  • ¿Quién reforma al reformador? Paradójicamente quien debe reformar el sistema es el mismo sistema. En este pequeño dilema contribuyen los miedos –sí, los miedos- de quienes no quieren meter la mano para no parecer dictadores (porque además ya hubo una fatal experiencia en esa línea).
  • ¿A quién le interesa verdaderamente la reforma? Pese a que a toda la población le interesa -y le conviene- una mejor Justicia, nadie la logra. Hay muchos intereses de que esto permanezca así (algunos abogados, algunos magistrados, algunos otros personajes que se favorecen así un largo etcétera).

Considero que la reforma es plenamente viable. Hay que tener muy claro el objetivo y conocer al monstruo por dentro. Hace falta solamente las ganas de querer hacerlo. Así nuestro país no seguirá clamando porque se haga Justicia.